La vuelta

 Es el primer día que me he animado a salir. Me siento como si me hubiesen roto por dentro. Este último año ha sido un regalo. Yo sabía que se iría, pero mi corazón, por lo visto, no se lo creía. Hace dos semanas de su marcha y pienso que me falta un pedazo de mí.

Los últimos diez meses me he conformado con verle. Algún encuentro corto y alguna llamada, con todo, yo sabía que estaba cerca.

El día que me comunicó su decisión fue extraño. Me alegraba muchísimo por él. Eso realmente era lo que le hacía feliz y era una opción de vida como cualquier otra. Por otro lado, sabía que esa decisión nos separaría sin remedio. Siempre estaría ahí, al otro lado del teléfono, aunque no es lo mismo.

Su familia es todo para él, si bien, me encargó cuidarla; para mí no era ninguna carga, ya que me consideraba parte de ella.

Hoy estoy con los amigos de siempre, con los que pasábamos buenos y malos ratos. Hemos compartido risas, muchas, y llantos, de estos menos. En este pueblo hoy son fiestas, hacen un mercado medieval digno de ver. Todo me recuerda a él, duele. La distracción me está viniendo muy bien, hasta me han robado una risa.

Mi móvil suena, al mirar el nombre en la pantalla me asusto. Es su madre, ¿qué habrá pasado? ¿Le pasará algo a él? O ¿Será ella que no se encuentra bien? Entre las mil preguntas tardo en descolgar y se corta la llamada. Me he separado del grupo, con el corazón en un puño, para devolver la llamada.

—Leonisa, ¿Qué ha pasado? — le suelto sin preámbulos.

—¿Qué es lo que más desearías en estos momentos? — oigo al otro lado del auricular.

—¿Qué pasa, por Dios?

— Dime, de verdad, ¿qué es lo que más desearías en estos momentos?

— No sé, pero ¿pasa algo? Le respondo, por no decirle que lo que más desearía era no seguir viviendo. — ¿Estáis bien?

— Sí, tranquila. Nosotros estamos bien, pero tengo algo que te va a gustar. Acindino ha vuelto. Ha dejado el noviciado y está aquí conmigo.

Mis amigos al verme sentarme en el suelo sin poder contener las lágrimas.

— Hola, Adolfina, ¿Dónde estás? — Me dice la voz que más deseaba escuchar en este momento.

—Estoy en Artzeniega, en el mercado medieval. No obstante, volvemos ahora mismo y te recogemos. — Le suelto mirando a todos, que no entienden nada. — Acindino, te he extrañado.

El grupo, al entender que nuestro amigo estaba en casa, el mercado, la fiesta y todo lo demás, perdió todo atractivo. 

El viaje de vuelta fue bullicioso, todos especulaban sobre el motivo de la vuelta de Acindino. A mí la causa me daba igual, el caso es que estaba de vuelta. Y que haya dejado el noviciado significa que vuelve a casa para siempre. Según llevaba a mis amigos al esperado encuentro, recordaba los ratos robados en la capilla a escondidas, las notas olvidadas en el banco de la iglesia, sabiendo que el otro pasaría a recogerlas, las horas que pasamos hablando y hablando hasta que ingresó en el convento para ser postulante. La sonrisa no se me borraba de la cara.

El encuentro fue más que emotivo, no sabía si reír o llorar. El aire había vuelto a mi vida. Esa tarde montamos los cuatro amigos en el coche para ir al pantano. La alegría se palpaba en el ambiente. Los chicos iban en el asiento de atrás y las chicas delante. Yo conducía, no podía dejar de mirar el espejo retrovisor, aún no me lo creía. En uno de esos vistazos al espejo para cerciorarme de que no era un sueño, Acindino y Agustín estaban muy cerca uno del otro, demasiado cerca. Con disimulo bajé un poco el espejo y las manos unidas con los dedos entrelazados decían más que cualquier declaración. En mi interior se rompió algo, pero a la vez también entendí ciertas frases veladas que Acindino me decía y yo no era capaz de ver todo su sentido. Otra mirada y los labios juntos de los que yo pensaba que solo eran amigos me dijo todo lo que necesitaba saber.





Comentarios

Entradas populares de este blog

Desilusión

Año nuevo

La aventura