el 48 de la fila
Alguien que aún puede ver:
El cubo de agua que transportaba con sus pequeñas manos, iba dejando huellas húmedas en el camino. La niña levanta la cabeza y allí, en la fila, le ve cabizbajo, delgado y sin afeitar. Recuerda cuando su porte era otro y la alzaba en brazos y la llevaba sobre sus hombros entre risas. Ese hombre le enseñó muchas cosas, una de ellas a contar, y en ello se entretiene ahora. Uno, dos, tres… cuarenta y dos, cuarenta y tres… Sigue avanzando despacio y se fija como la hilera de hombres se pierde en un almacén con puerta de hierro. No ha visto si su padre ha llegado a entrar.
El cubo cada día parece pesar más. Es como si el agua en cada viaje se pusiera vestidos. Al principio es transparente, en el siguiente viaje está algo gris y en los últimos viajes lleva un agua vestida de marrón. Sus compañeros le miran con sus ojos grandes y sus caras flacas, pero no le dicen nada. Ellos saben que todos los días pasa lo mismo. Por eso el agua de los primeros viajes, la usan para beber y la de los últimos, será para asearse un poco.
Un hombre con pijama de rayas:
Miro mis manos callosas de los trabajos realizados estos últimos meses, que como todos los que en esta fila estamos, he realizado obligado por unos seres que se sienten humanos. En mi vida anterior mis manos eran suaves, con ellas ejecutaba finos trabajos de cirugía. También acariciaba a mi mujer en las noches que compartíamos nuestros cuerpos. Y las mismas hacían cosquillas a mi pequeña, para robarle una risa que a mis oídos era música celestial. Mi niña, esa que veo de reojo como acarrea agua para poder lavarse ella y sus compañeros de cuarto. La misma que gritaba “más arriba, papi”, cuando la alzaba sobre mi cabeza.
La fila va avanzando, y aún no nos han informado que trabajo tenemos que hacer. Pero eso no es nuevo, nunca informan, solo ordenan. Allí adelante hay un gran almacén con una puerta de hierro. Nos han dicho que dentro tenemos el último trabajo a llevar a cabo, antes de nuestra total libertad.
Una niña con un cubo de agua:
Me han dicho que mi papá ya no está, que esa fila infernal, le llevaba hacia lo que los mayores llaman “la cámara de gas”, pero yo no me lo creo. Yo le vi en la fila. En esa fila donde sus compañeros y él se ponen cuando tienen que hacer un trabajo, que los señores gritones no pueden hacer, porque no tienen suficiente fuerza. Esos señores que gritan y siempre están tan serios y enfadados, nos mandan hacer cosas que sin nosotros no podrían hacer. No me imagino a ninguno de ellos separando dientes de oro de otros blancos, en el gran almacén donde nos llevan todas las mañanas. Allí, los niños buscamos oro entre un montón de piedras pequeñas blancas. Un día, uno de los mayores nos dijo que eso que hacíamos, era separar dientes de oro, de los dientes de verdad. Yo cuando hago ese trabajo me acuerdo de mi mamá, cuando en la mesa de la cocina echaba los garbanzos, que comeríamos al día siguiente. Entre las dos buscábamos pequeñas piedras que se querían colar en nuestro cocido. Las separábamos con mucho cuidado y hacíamos un juego muy divertido, en el que ganaba quién más piedras encontrase. Al día siguiente, papá siempre acababa encontrando alguna piedrecita en su plato y nos decía que había ganado él, porque gana el que encuentra la última.
Una triste madre:
Esta agua sucia, donde todos los días tengo que sumergir mis manos, me recuerda a mi pequeña niña, que estos brutos están haciendo acarrear calderos de agua casi tan pesados como ella misma. Ayer la vi pasar cerca de la fila donde estaba su padre esperando entrar a su trabajo. Vi cómo se paraba y con su dedito iba señalando uno a uno, los hombres que formaban la fila. Es como si la oyese, uno, dos, tres… Lo hace siempre desde que aprendió a contar.
Miro el agua y mi mente se transporta a tiempos mejores, cuando el agua limpiaba el cuerpo de mi hija, después de haber jugado toda la tarde en el barro del jardín. Ella reía al echarle el agua por la cabeza. Su padre nos miraba como si quisiera guardar esa escena en la memoria para siempre.
Una niña amiga:
Me han dicho que los hombres que hacían fila ayer, están todos muertos. Lo dicen las mujeres. Mi amiga está muy triste porque vio a su papá en la fila. Ella venía de recoger agua como todos los días, y allí estaba. Quiso saludarle, pero sabía que eso no lo podía hacer, si lo hacía, su padre y ella se meterían en un lío. Dicen que fueron cincuenta los gaseados. El padre de mi amiga era el 48 de la fila, ella lo sabía. Había contado a todos, hasta llegar a él. Esta niña tiene obsesión con los números. Lo cuenta todo. Hoy me he acercado a ella para consolarla, pero me ha dicho que su papá está vivo. Que ella lo sabe. Lo siente dentro. Quiere ir a hablar con los señores que gritan para preguntar. Estoy muy preocupado por ella, yo la quiero mucho, pero creo que si va, esos señores le harán daño.
Una niña con un cubo de agua:
No me lo creo, mi papá no ha muerto. Dicen que lo metieron en la cámara de gas, pero yo lo que vi, fue cómo iba a trabajar. Casi no me atrevo, me da miedo, pero tengo que preguntar por él.
Un soldado con corazón:
Veo acercarse a una de esas niñas escuálidas que viven en el barracón número trece. Viene con paso decidido, pero mirando al suelo. Seguro que le doy miedo como a casi todos habitantes de este maldito lugar. Cuando está a mi altura, levanta la cabeza y con la voz firme, pero débil, me pregunta por los hombres que ayer formaban delante del crematorio nueve. Qué atrevimiento, cuanto le habrá costado venir a preguntar. Parece ser que uno de los desgraciados, es su padre. ¿Como le cuento a esta pequeña?, ¿cómo se expresan esas cosas? No sé quién era su padre, pero como le digo qué fue de él. Ni siquiera yo sé qué pasó ayer en la maldita fila. Todo iba bien, en el crematorio estaba todo preparado. Los hombres iban entrando despacio y ordenadamente. Cuando apenas faltaban un par de hombres para llenar el silo, todo se descontroló. Los hombres entraron en pánico, y creyendo que estaban en una de las cámaras de gas, comenzaron a gritar y a correr de un lado a otro. La intervención de los soldados fue inmediata y a todos los que corrían fuera del crematorio les disparaban. Fue un desastre, pero al menos ellos murieron rápido. Los pocos que quedaron vivos tuvieron que recoger a sus compañeros y amontonarlos.
¿Cómo sé yo si el padre de esta pequeña es uno de los muertos o de los desgraciados que aún siguen vivos? La miro desde mi altura, a ella seguro que le parezco un gigante. Solo me atrevo a decirle que se vaya y mire en los barracones de los hombres. Allí estará su padre, si es que sobrevivió.
Un hombre con pijama de rayas:
Aún no me quito el susto de encima, no sé aún cuantos de mis compañeros murieron ayer. Por una parte, les tengo envidia, para ellos el sufrimiento ha terminado, pero yo aún tengo esperanza. Sueño con el día que me pueda reunir con mi mujer y con mi hija. Ellas estarán preocupadas, porque seguro que les ha llegado la noticia de lo que ayer sucedió.
Todo iba bien, pero justo cuando iba a entrar en aquel maldito almacén, todo se descontroló. Alguien gritó que aquello era una cámara de gas, que nos iban a asfixiar. Muchos de los que estaban dentro intentaron salir y los de fuera corrían por todas partes. Yo me tiré al suelo cerca de la entrada, pero ya en el interior. El suelo estaba lleno de un polvo blanco, en el que acabé rebozándome, mientras oía tiros por todas partes. Los pocos que nos quedamos en el interior, estábamos temblando. Cuando acabaron los disparos, entraron soldados en el lugar gritando. A penas entendía lo que nos decían, pero me levanté y fuí hacia donde sus gestos nos indicaban. Pronto entendí lo que querían. Teníamos que amontonar los cuerpos de nuestros afortunados compañeros. Cuando ya estaban todos en un montón cerca del almacén nos dieron unas palas y nos ordenaron limpiar de ceniza el almacén, donde teníamos que meter los cuerpos que acabábamos de amontonar.
Rememorando todo esto, levanto mi cabeza, que ya está acostumbrada a estar baja, y como una aparición veo a una pequeña niña que se parece mucho a Rosa, mi hija. No, no se parece, es ella. Pero ¿qué hace aquí? Me voy corriendo hacia ella y la abrazo tan fuerte que protesta. Miro a mi alrededor y todos parecen estremecerse ante la visión de una niña en ese lugar.
Una niña amiga:
Esta noche Rosa me ha contado que su papá está vivo. Lo ha visto y lo ha abrazado. Me ha contado que el abrazo fue tan fuerte que casi la rompe por dentro. Ha sido muy valiente. Le preguntó al soldado por su papá y él, con una cara seria, pero no enfadada, le dijo que fuera a verlo al pabellón de los hombres mayores. Después de estar un rato con su papá, este la tomó de la mano y junto con un grupo de hombres la acompañaron hasta el límite de los barracones. Estaba muy contenta cuando me lo contaba.
Luego no sé qué pasó. Todo fue muy raro. Han llegado otros soldados, y los de aquí han corrido, como solemos hacer nosotros cuando nos gritan. Estos nuevos soldados van vestidos con una chaqueta con una bandera que tiene unas barras rojas y blancas, y un cuadrito azul lleno de estrellas.
Relato duró Con un final feliz pero muy duro Gracias por hacernos recordar para que esto no vuelva a suceder GRACIAS
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