la nutritiva cena

 La casa de madera está cerca de un río sucio. El joven Andrés se presenta en la cocina donde su madre se desespera por hacer algo para llenar los estómagos de sus tres hermanos. La cara sonriente del niño contrasta con las piezas de caza que le muestra a su madre. 

— Al menos hoy comeremos carne. — Piensa Andrés que no cabe de gozo.


 La madre, con el labio superior elevado y los ojos achinados, coge las cuatro ratas que su hijo le ha traído.


— ¡Vete a lavar las manos! — le ordena a sabiendas de que no le obedecerá.


— ¿Te puedo ayudar? — Pregunta con un interés que roza el morbo. Quiero aprender.


 María se encoge de hombros y pone el primer animal encima de una tabla con algún resto de un trabajo anterior. Toma el cuchillo grande, ese especial para partir la caza. Se agacha y pasa cada lado de la hoja por una piedra que tiene especial para afilar, justo debajo de la fregadera.


Extiende el animal encima de la tabla y lo primero que hace es cortar el rabo. Es demasiado largo y fino como para sacarle algún tipo de sustancia. Lo desecha en la lata de los desperdicios, al caer espanta unas cuantas moscas verdes que buscan su propio sustento. Mira dos veces el bicho antes de decidirse por la cabeza, la corta ejecutando un golpe seco, lo que hace que salte fuera de la mesa. El niño se apresura a cogerla sin que ningún gesto que advierta que le produce una sensación desagradable, la arroja en la lata y sigue atento a la operación.


María clava el cuchillo en el abdomen del animal, esto hace que salpique de sangre al delantal, ya mugroso, que lleva puesto. Arrastra el filo recorriendo la barriga del roedor y exponiendo su interior. Una arcada apenas contenida le produce un espasmo que su hijo nota, aunque no dice nada. Cambia el cuchillo por una pequeña navaja, para cortar con precisión alrededor de las pequeñas patas. Posteriormente, va despegando la peluda piel de la carne. Reserva el pellejo, que ha aprendido a secar. Cuando reúna los suficientes hará una manta que les protegerá del frío en invierno. Repite lo mismo con el resto de las piezas. Para hacerlas pedazos, toma de nuevo el cuchillo grande y con varios golpes despedaza la carne que se convertirá en la cena. El último machetazo lo hace mirando a su hijo, que aburrido sale por la puerta, lo cual provoca que falle el golpe y el machete le rebane el dedo índice.


Un grito ahogado sale de su boca, pero con la experiencia de sufrir se pone un trapo atado fuertemente al muñón y sigue haciendo la cena. Cuando termina el guiso se percata de que no sabe dónde está la parte de dedo que le falta. Mira en la mesa, en el suelo y hasta en la lata llena de insectos. En el interior de la cacerola borbotea el manjar y, llega a la conclusión que esta noche, alguno de sus hijos comerá carne de su carne.





Comentarios

  1. Ayyyyyyy Ángela que barbaridad Aunque escribes fenomenal eso es terrible Gracias

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