La bicicleta

 Aquella bicicleta no tenía ningún valor monetario, pero para Dosinda, el valor era incalculable.

A su padre le costó la paga de cuatro domingos cortando la leña del alcalde, y al ver la cara de su hija, otros cuatro hubiese trabajado a gusto. El color rojo fue lo que más entusiasmó a la chiquilla. Aprendió a montar en bici a base de caídas, rozaduras en las rodillas y algún que otro coscorrón. Aquel vehículo acompañó a Dosinda en su infancia, también en el tiempo en que jugaba con muñecas a escondidas y tonteaba con algún mocete. Para entonces el vehículo de dos ruedas ya tenía la pintura desgastada. El que en aquella epoca era su noviete le propuso pintar la bici en el taller donde trabajaba de aprendiz. El entusiasmo fue celebrado con un beso espontáneo. Aquel gesto hizo que le subiera el rubor a las mejillas.

Aquel joven, al entregarle la bici con el color totalmente restaurado, le mostró un pequeño extra del que solo ellos serían conocedores. La empuñadura del manillar se extraía tirando con fuerza de ella. Así es como le mostró el nombre de ambos grabados toscamente y, entre ambos, un corazón que apenas se distinguía, sin embargo, a Dosinda le pareció el más perfecto que nunca hubiese visto. Parmenio♡Dosinda.

En las excursiones que los jóvenes hacían llevaban viandas para pasar la tarde, aparte de una pequeña manta que extendían en el suelo. Así, con la bicicleta como testigo muda, engendraron a su primogénito.

Con el embarazo dejó a un lado aquel preciado tesoro. Pasaron no muchos años cuando el fruto de aquellas excursiones tuvo edad suficiente para aprender a disfrutar del mejor de los regalos. El chiquillo aprendió rápido, al igual que su madre. Le dio a los pedales hasta que una Navidad llegó una mountain bike. La vieja bici roja quedó arrinconada en el trastero.

El padre de Dosinda se hizo querer hasta su último aliento. Su muerte dejó a la hija con el corazón roto y sin ganas de hacer nada.

Una semana había pasado cuando Parmenio encontró la bici roja, por casualidad. La limpió con el amor que su mujer merecía y la dejó como el primer día.

Al ver su antigua bicicleta, la cara de Dosinda se iluminó y un par de lágrimas atestiguaron los recuerdos que de aquel vehículo guardaba la, ya madura, mujer.

Todas las tardes daba un paseo, que le ayudaba no centrase en su tristeza por la marcha de un hombre bueno. El hecho de pensar en él y tener que estar atenta a los caminos que recorría, le fueron serenando el alma.

Aquella tarde la bici le ayudó a llegar rápido, se le había hecho tarde. Un encuentro con María, la del zapatero, provocó que se le fuese el tiempo sin darse cuenta. La cena sin hacer y las prisas fueron los motivos por los que dejó el candado mal cerrado.

Horas más tarde, cuando todos habían cenado, recordó que tenía la bici en la calle. Al salir, su corazón dio un vuelco al no ver su vehículo amado, donde lo había dejado. Sus piernas flaquearon y su cuerpo fue poco a poco agachándose, con sus manos se tapaba la cara.

Así, en aquel valle de lágrimas la encontró su marido, que no entendía el disgusto de su mujer, hasta que ella le explicó el robo. Fueron a la comisaría a poner la denuncia. La policía les dijo que no solían aparecer las bicis robadas, pero que ya les avisarían si tenían alguna noticia.

El disgusto agrandó la pena de Dosinda. No le habían robado una bici, le habían quitado los miles de recuerdos; el esfuerzo de su padre, las caídas, las escapadas y tanto vivido con aquel vehículo.

Una semana más tarde iban al notario para hacer papeleos, que a Dosinda, le estrujaban el alma. Su marido la dejó enfrente de la notaría, mientras, él buscaba aparcamiento. Entre tanto, un chico pasó con una bici azul por la acera de enfrente. El corazón de Dosinda comenzó a latir con rapidez, no sabía por qué. Aquella bici no podía ser la suya, sin embargo, algo en su interior le impulsó a seguir al chico. Se iba fijando en cada detalle y de pronto lo vio. Un radio de la rueda estaba torcido de una forma muy familiar para ella. Le recordó cuando su hijo se cayó en una acequia llena de piedras, el niño se llenó de moratones y la rueda se torció, lo que no impidió al niño volver montado.

Alcanzó al chico, el cual, en ese momento, estaba hablando con otro. Se fijó en la ropa con manchas de pintura azul y eso le dio todo el valor que en otro momento le hubiese faltado.

—Esta bici es mía —le gritó, a la vez que se la arrebataba de las manos.

—¿Qué dice señora? Esta bici es de mi primo. — Le contestó con la intención de volver a quitársela.

—¡Policía! ¡Policía! —Comenzó a gritar, sin soltar el manillar.

—No grite señora. ¿Cómo sabe que esta es su bici? Tal vez tiene una igual. —Le decía ya algo más calmado.

Unos agentes que casualmente pasaban cerca, se aproximaron. —Esta tía me quiere robar la bici — Le dijo el chico viniéndose arriba, al preguntar por lo sucedido el policía.

El uniformado observó a la mujer y no parecía que estuviera fuera de sí.

—Esta bici es mía, me la robaron la semana pasada. — Contestó con firmeza.

—¿Puso usted una denuncia? Si es así, nos llevaremos la bici y a ustedes a la comisaría. Allí trataremos de averiguar quién tiene razón.

—Yo no voy a ninguna comisaría. Esta trastornada me ha seguido y me quiere robar mi bici descaradamente. — Se envalentonó el chico.

—¡Mira chaval! Loco estas tú, si piensas que me vas a engañar. Esta bici no hace mucho era de color rojo, la has pintado de azul. Estas manchas te delatan—Le dijo señalando el pantalón y la camiseta salpicada de manchas de aquel color.

—Pero…—comenzaba a hablar de nuevo cuando Dosinda lo interrumpió.

—Lo puedo demostrar. Bajo el manguito del manillar hay grabados dos nombres con un corazón que los une. ¿Tú sabes qué nombres están ahí escritos? DOSINDA♡PARMENIO que son mi nombre y el del hombre que viene corriendo por allí— Y dijo esto señalando a su marido que no salía de su asombro. — Un fuerte tirón de la empuñadura del manillar dejó al descubierto los nombres todavía legibles, después de tantos años.

El joven, sin ningún aviso, comenzó a correr, lo que hizo reaccionar al policía que junto a su compañero iniciaron la persecución.

Dosinda y Parmenio entraron en la notaría con una vieja bici y el corazón más joven.



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