La paciente
Más sola no puede estar, el miedo es su única compañía. En realidad ahora nunca está realmente sola, siempre hay alguna persona a su lado. No le hablan, ni siquiera la miran, pero sí se fijan muy bien cuando alguien intenta comunicarse con ella. La barrera idiomática es como un abismo, y esas personas lo saben usar a su favor. Jamás podrá pedir ayuda, ellas traducen todo lo que ella necesita. El personal sanitario ya ha dejado de intentar comunicarse con ella, ya que siempre se interpone el acompañante de turno. Su estancia en el hospital es un privilegio que se ha ganado, o quizá sea que su cuerpo les renta lo suficiente como para correr el riesgo de su paso por un centro sanitario. La desafortunada "caída" le ha dejado unos cuantos huesos rotos y un sabor amargo. La confianza en que aquel cliente era como los demás le costó cara. Las manos suaves no le prepararon para los golpes que vinieron después. Sus suaves labios no le dejaron desconfiar del monstruo con el que yacía. Fueron golpes sin medida, patadas por doquier y embestidas sin miramientos ni pudor, todo orificio era receptor de la verga insatisfecha. La encontraron en el suelo con sangre seca procedente de las diversas heridas, pero lo peor eran las fracturas. La dificultad para respirar fue lo que más preocupaba a sus carceleros. La fractura de la pierna la podían apañar de alguna manera, pero lo otro parecía más serio. Tardaron varios días en decidirse en darle una oportunidad. La llevarían a un hospital, eso sí, con estricta vigilancia. No debía intentar ponerse en contacto con nadie, ellos traducirían las palabras a los sanitarios.
En su ingreso hospitalario la acompañaron diferentes mujeres en diferentes días y también algún hombre que con aparente cariño y paciencia traducía en ambas direcciones las pautas médicas o las dolencias de la mujer. Hoy le tocaba la vigilancia a Nicolae, un joven al que tenían de recadero o más bien de chico para todo. Nunca tenía la oportunidad de salir a divertirse, nunca hasta hoy. Esta chica estúpida y consentida apenas podía moverse y no sabía nada del idioma, no obstante dudaba que nadie del personal la entendiese. Además, era de noche y nadie se iba a enterar de su escarceo, ya le dejaría clarito a la niñata esa, lo que le pasaría si se iba de la lengua.
María del Robledo, así se llamaba la auxiliar del turno de noche, aunque todo el mundo la llamaba Robli. Era la primera vez que veía a aquella chica sin compañía y le extrañó. Sus ganas de hablar con ella, saber realmente de donde era y como había llegado a este país eran proporcionales a su alegría y perseverancia. Tras un buen rato intentando entenderse con la joven paciente se le ocurrió una idea. La paciente no se fiaba de ella, pero sabía que era su única oportunidad. La sanitaria sacó de su bolsillo un teléfono, el cual le entregó con la pantalla llena de banderas. Ella con miedo, aunque con decisión le señaló la de su país, y ese fue el inicio de todo. Ya sabía en qué idioma poner el traductor de su móvil. ¡Qué diferente fue ese turno nocturno para Robli!
La chica comenzó a hablar con un ojo en la puerta y otro en la cara de la auxiliar, la cual escuchaba una serie de fonemas que para ella eran sonidos melodiosos y poco más. En el pasillo se escuchaba un timbre de una habitación. Robli salió de la habitación llevándose el teléfono por miedo a que viniese uno de sus acompañantes. El paciente de la 654 no se encontraba bien y el asunto le llevó más tiempo del que le hubiese gustado. Al volver a la habitación de la paciente misteriosa, la encontró dormida. Al acercarse pudo comprobar que la oportunidad de saber algo más se había volatilizado; un chico imberbe estaba en el sillón con cara de satisfacción, pero muy serio.
En el control de enfermería, con paciencia, fue reproduciendo con el traductor el audio inacabado. La cara de la auxiliar iba cambiando por momentos. No tenía todos los datos; sin embargo, sí los suficientes. Tras comentar con su compañera decidieron llamar a la supervisora. Se estaba cometiendo un delito y la policía tenía que intervenir. No podían cometer un error o algo saldría mal.
Un timbre más fuerte de lo normal sonó a lo lejos, en el panel de los timbres no había ninguna luz. Ese molesto sonido no paraba y Robli se tapaba los oídos con las manos, pese a que aquello parecía que estaba dentro de su cabeza. Unas manos fuertes aparecidas de la nada le tomaron por los hombros zarandeándola.
Por fin se despertó con la respiración agitada, al mirar a su lado vio a su marido con cada de enfado por dejar sonar tanto rato el despertador. Desayunando sumida en sus pensamientos, se preguntó si sus sueños no serían dignos de plasmarlos en una novela.
Q sueño tan duro Pobrecita Relato real aunque ojalá no lo fuera Gracias Ángela espero el próximo lunes con alegría para volver a leer un nuevo relato
ResponderEliminarMe ha encantado, no esperaba que fuese un sueño. Bien hecho, si señor. Me ha gustado mucho. Enorabuena.
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