El embarazo
Las gotas golpean el cristal mientras en la silla de ruedas la anciana absorta en sus recuerdos, mueve las agujas de tejer con la ligereza que sus años le dejan. Está tejiendo un nuevo jersey para su pequeño bisnieto, aún no nato. Ese niño sin saberlo ni pretenderlo ha revolucionado toda la familia. El embarazo de su nieta, una niña que ya no era tan niña. La noticia cayó en la familia como un meteorito en medio de la capital de Japón. Todo eran gritos y manos volando sin llegar a puerto. La pequeña estaba embarazada. La inocente Irene, la niña pequeña de la familia. ¿Cómo ha podido ocurrir? Irene tiene la cara roja de vergüenza y de rabia. Ella sabe bien que lo que le ha sucedido no es normal. ¿Cómo explicarlo?
Ella jugaba y nada más. El día en el que el juego le dolió se negó a seguir. Ese día el juego terminó, pero no pasaron muchos días sin que el jugador regresase. Ya no era divertido. A ella ese juego ya no le gustaba, aunque sí quería lo que a cambio recibía. Nunca había tenido tanto dinero.
La madre de Irene se interpuso en la trayectoria de la mano del padre y recibió la bofetada que a su hija iba destinada. Poco a poco los ánimos se fueron calmando y las voces bajando, y aunque la preocupación y la incertidumbre seguían ahí. La niña no soltaba prenda del origen de su embarazo. La madre más sensata dijo que ahora lo importante es saber qué hacer. Ese bebé no puede nacer, sería la vergüenza de la familia, por no hablar del futuro de Irene. Ante esas palabras, Irene se tocó el abdomen como acto reflejo. Y con la voz clara y fuerte gritó un “NO” que resonó en la estancia.
_ Tú harás lo que nosotros digamos _ le gritó de nuevo su padre.
Con la rabia contenida la cría se volvió y encerrándose en su habitación, se dijo que por un aborto no iba a pasar. Antes gritaría a los cuatro vientos la paternidad del hijo que llevaba en sus entrañas. Tantos años con juegos nocturnos, y tantos juegos soportados y siempre callada. Quizá llegó la hora de levantar la voz.
A altas horas de la noche a la madre de Irene le despierta un ruido, al volverse ve el hueco vacío a su lado. De un salto se encamina sin saber por qué hacia la habitación de su hija. Al acercarse escucha entre susurros voces ahogadas.
_ Ese niño no puede nacer, y tú lo sabes. _ Se oye en una voz de hombre.
_ ¡Este niño nacerá y se quedará a mi lado! _ Responde una voz que la madre conoce muy bien.
_ ¡Ábrete puta! Yo haré que ese engendro no vea la luz.
Hasta ahí escuchó, lo siguiente fue abrir la puerta y ver la peor escena imaginada. Su hijo mayor sujetando a su hermana desnuda, a su marido con una aguja de tejer en la mano intentando introducirla en el cuerpo de su hija. La madre presa de la ira y tomando la figura de hierro, que su padre le regaló con tanto cariño, la estampó en la cabeza del que hasta ese día fue su marido. Aun con la figura en la mano se quedó mirando a sus hijos. Se le vino el mundo encima. Acababa de matar a un hombre. Miró a su hija, que al verla acurrucada en brazos de su hermano le pareció aún más pequeña. Imanol, el único varón que quedaba en la familia, habló por primera vez.
_ Mamá, él me obligaba a jugar _ dijo llorando como el niño que era _ esta noche me dijo que no habría más juegos si le ayudaba a sujetar a Irene. Yo no quería, pero quería que parasen esos juegos de la noche.
La madre miró a sus hijos y se hizo un montón de preguntas.
Así fue como aquellos chiquillos acabaron en la casa de la vieja abuela. Estaba segura de que su hija volvería tras el juicio. A una leona que defiende a sus cachorros no se le puede condenar.
Que fuerte, me sacó de mi estado de confort
ResponderEliminarMe alegro. Hay que incomodarse de vez en cuando.
ResponderEliminarAyyyyyyy q dolor y pensar q pasan estas cosas
ResponderEliminar