La ayuda

 A la hora en que las sombras invaden los rincones se ve una silueta renqueante avanzar con decisión. Dos hombres vestidos de oscuro lo observan, uno de ellos lo mira con desprecio y le llega a increpar su presencia allí. El más alto le recrimina su inquina hacia el cojo del pueblo.

_ Lástima que ese desgraciado solo perdiera la gracia al andar.

_ ¿Qué dices bruto? Ni que tú fueses el causante de la paliza que le dejó no solo cojo, sino tuerto también.

_ La intención era ver que tenía dentro de la cabeza. En fin, ahora las mujeres no le miran tanto como a él le gustaba.

_ De verdad, que eso me parece una crueldad tremenda. Darle tal paliza solo por el hecho de que era un hombre apuesto.

La mirada de su amigo le taladró y el gesto de hastío que le regaló le dijo más que las mil palabras que tenía para regalarle.

_ Menos mal que te tengo como aliado y amigo, a veces me das miedo.

_ ¡Venga! Vamos a lo nuestro. Esta es la dichosa medicina que te tomarás con la cena.

_ ¿No crees que deba informar a mi mujer? La pobre se va a llevar un buen disgusto. No me gustaría que sufriese innecesariamente.

_ Ni se te ocurra. Al descubrirte la reacción será muy creíble. Luego ya se le pasará el disgusto.

Los dos hombres se separaron, no sin antes recordar que el único que podría certificar una muerte era Salvio, a falta del médico. El médico esos días estaría en una reunión con esos colegas con los que hablaba de los nuevos avances de la medicina. Salvio era el curandero del pueblo y cuando el doctor no estaba él se encargaba de las emergencias.

Adelio después de cenar y tomar esa medicina que su amigo le garantizaba que simulaba la muerte. Se acostó con su mujer haciéndole el amor como nunca, quizá para compensar el mal rato que le iba a hacer pasar.

El despertar fue extraño. Las manos le hormigueaban, los ojos le escocían y en las piernas tenía ligeros calambres. Olía raro, como a rancio. De pronto fue consciente de dónde se encontraba. Lo habían enterrado. Ahora tenía que esperar a que Salvio le sacase de allí. Así habían quedado. Una vez fuera, él huiría, no sin antes informar a su esposa de todo su plan.

Un plan sencillo. Al pensar todo el mundo que está muerto, él podría rehacer su vida lejos de allí con su mujer, que unas semanas más tarde se reuniría con él. Ante todo el pueblo sería una viuda que no soporta el dolor de la ausencia de su marido, y que se va con su hermana a la capital.

Adelio se siente mal ahí encerrado. Nadie, excepto Salvio, sabe que él está vivo. No sabe muy bien cómo ha llegado a esa situación. Aquella acusación injusta, todo el pueblo, sentenciándolo de ladrón y sugiriendo algo más en la casa del alcalde. Nada se ha podido probar, ya que nada es cierto, pero a la gente eso no le importa.  Él está juzgado y condenado. Nadie le contrata, ni le mira bien, no le atienden en el bar y en la tienda no le fían. La situación se ha vuelto insostenible. Si no fuese por Salvio, si hubiese tirado al río. Él fue el genio que ideó esta salida.

El aire empieza a volverse viciado. Y su mente comienza a jugar con él.

_ ¿Salvio no se habrá olvidado de sacarme de aquí?_ Se dice mientras un calambre recorre su pierna. Sus oídos le engañan con un zumbido del que no se puede deshacer. La respiración se le hace pesada y rápida ante la idea de morir así, enterrado vivo.

Un golpe seco hace que su mente se sosiegue un poco. Otro ruido y otros más, cada vez más cercano enciende la llama de la extinguida esperanza. Sus pulmones están a punto del colapso cuando la tapa de su cárcel se abre llenándolo de alegría y de aire fresco.

Se asoma tras varias toses y bocanadas de aire, y cuál no será su sorpresa al no ver a Salvio, sino a Gorgonio, el cojo. Este con un dedo en los labios indicándole que guarde silencio le ayuda a salir de la fría caja. Con mucho esfuerzo y más incertidumbre ayuda al tullido a cerrar de nuevo el ataúd y cubrirlo de nuevo de tierra.

_ ¿Qué está pasando? _ pregunta sin entender nada.

El hombre de un solo ojo le indica que le siga en silencio y le lleva hasta las inmediaciones de su casa. En la ventana de la cocina hay luz e imagina a su mujer desolada. Aunque al fijarse bien vislumbra una silueta, o no, son dos siluetas abrazadas.

No da crédito a lo que sus ojos ven, Salvio besando intensamente a su mujer y ambos con una copa de vino en la mano. Con ojos como platos se vuelve hacia Gorgonio, el cual le señala un par de mulas atadas al otro lado del camino que esperan cargadas con alforjas de una vida por descubrir.

_ ¿Tú sabías esto? ¿Qué pasa? _ le pregunta al cojo agarrándole de las solapas de la chaqueta.

_ Tranquilízate y escúchame. Una tarde les escuché sin querer. El plan era perfecto. El robo, o la muerte de aquellos animales, e incluso el abuso de aquella mujer, te señalarían a ti. Salvio se encargaría de ello. Tu mujer le cubriría las espaldas para que las sospechas, nunca le apuntasen a él. El culmen del plan era deshacerse de ti de una manera definitiva sin que nadie sospechase nada. Y tú caíste en la trampa, pero yo no iba a permitir que ese desgraciado se saliese con la suya.

Adelio dio un paso hacia adelante con intención de enfrentarse a la pareja, pero Gorgonio fue rápido y agarrándole del brazo tiró de él hacia atrás.

_ Ahora no harás, bueno, no haremos nada, dejaremos que se crean vencedores. El tiempo nos dará la oportunidad de comer ese frío plato que es la venganza.

Los dos hombres ayudados por la oscuridad montaron en las mulas con más peso en el pecho que en las alforjas, y se alejaron.



Comentarios

  1. Gracias por tu nuevo relato

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  2. Ohhhhhh q ganas de venganza Gracias ha sido un relato q que casi me quita el oxígeno Sigue asi

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