La vieja solitaria

 Era la hora en la que Elicenia se quedaba sola, pero totalmente sola.  Durante apenas un par de horas su hermana se ausentaba. Nunca le decía el motivo y ella se moría de curiosidad.  Aquel día iba a ser diferente, iba a averiguar a dónde iba, dejándole en aquella casona.  Se había imaginado infinidad de cosas.  Había una que era la que más peso tenía y desde luego no lo iba a consentir.  Quizá ella ya sea una vieja; sin embargo, la inútil de su hermana no iba a dejarla en evidencia delante de todo el pueblo.  Ambas llevaban muchos, sí, quizá demasiados años viviendo solas.  Desde aquello que sucedió. Elicenia, no se arrepentía de nada, aunque las consecuencias para Abelia fuesen tan duras. Ella se lo había buscado. Nadie, ni siquiera su hermana, iba a dejarla en ridículo. Al principio le resultó difícil la convivencia, pero poco a poco se fueron respetando los espacios.

Elicenia veía la televisión, mientras hacía aquellos pequeños muñecos de ganchillo. Era una tarea que le entretenía, gustaba y aportaba algo de dinero, ya que una joven del pueblo los vendía en su tienda a cambio de un pequeño porcentaje.

En cambio, su hermana se encerraba en la biblioteca a leer aquellos estúpidos libros. ¿Qué aportaba aquello a la exigua economía familiar? Nada y encima ahora estas salidas. Cuando Abelia salía por la puerta, la solitaria mujer que dejaba en la casona miraba entre los visillos. Así sabía que siempre a las 12:30 h se dirigía al templo que estaba a no más de 100 metros de su casa. Elicenia, solo pensaba en lo sinvergüenza que su hermana era. En el templo nada más y nada menos. Ellas tenían las llaves del mismo por si surgía alguna emergencia. Al principio lo limpiaban, y se encargaban de su cuidado. En realidad era ella quien hacía casi todo. Con aquella inservible mujer no avanzaba nada con el trabajo. Con los años esa labor la dejaron para gente más joven.

Elicenia estaba dispuesta a destapar la gran falta que, en su mente, aquella traidora cometía en un lugar sagrado. Vistiéndose torpemente, rememoró la última vez que tuvo que intervenir.

Eran jóvenes, Elicenia, la mayor de las hermanas, le gustaba Martín, el carpintero que hiciera los muebles en la casa de su padre. Paseando un día, las chicas se fijaron en una pareja muy acaramelada. Al acercarse, Elicenia se quedó lívida al comprobar que “su” carpintero estaba con otra. Lloró, gritó y juró que jamás se casaría. Los hombres solo traen dolor y traición. Le hizo prometer a su hermana que jamás la dejaría por un hombre. Ellas se valían y sobraban para vivir felices siempre juntas. Aquella promesa duró hasta que la joven Abelia se enamoró. Llevó aquella relación en secreto hasta que la evidencia iba a salir a la luz. Aquel día descansaban del paseo por los acantilados cercanos. Sentadas en una roca observaban el horizonte. La pequeña confesó su felicidad y su pecado. Solo recuerda volver la cabeza y ver el rostro crispado de su hermana. Los siguientes solo fue dolor e ir de hospital en hospital.

Elicenia sale de la casa provista de 2 bastones que le ayudan a caminar y a mantener el cuerpo alejado del suelo. Va con seguridad, aunque despacio, hacia el templo donde su hermana pasa casi todos los días un par de horas. Esa remilgada que no sirve más que para leer libros aburridos. ¿Quién será el que la ve como mujer? Al acercarse al conjunto histórico en el que se encuentra el santuario, escucha susurros y una voz firme conocida. Empuja la puerta con dificultad y oye claramente la voz de su hermana.


“Esta iglesia data del siglo XI. De estilo románico lombardo…”


Ve cómo la silla de ruedas de su consanguínea se dirige al fondo del santuario y prosigue su explicación. El que parece el responsable de aquellos excursionistas se fija en la cara de estupor de la anciana.


 _ Esta mujer es increíble. ¡Todo lo que sabe de historia, y especialmente de este lugar! Además, sabe transmitir su conocimiento, lo hace con alegría y entusiasmo. ¡Qué suerte para la comarca! Desde que la encontré organizo visitas culturales y la gente sale encantada. Es una pena que solo haga las visitas a estas horas, y no todos los días.


 Esto último lo oyó la vieja ya regresando a su casa.




Comentarios

  1. Magnifico relato te mantiene hasta el final enganchada Vaya imaginación Ángela Gracias por estos lunes que espero con impaciencia

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