Conociendo una bruja
Por fin nos ponemos en marcha. Llevo varios días nerviosa ante la perspectiva de ir a la nueva casa del abuelo. Mi padre se cree que no he oído sus comentarios, pero ya sé que no le gusta nada que el abuelo se haya casado otra vez. No sé cómo se casan los abuelos sin invitar a su familia y, sin embargo, el mío sí lo ha hecho. Mi abuela murió hace dos años, yo apenas la recuerdo.
_ Hoy vamos a conocer a mi nueva abuela _ eso se me ha ocurrido preguntar y menuda charla me han dado.
_ Esa señora, no es ni será nunca tu abuela. ¿Entendido?
_ Vale, vale y entonces, ¿cómo le llamo?
_ Bruja, Le puedes llamar bruja.
_ No digas eso a la niña, que luego los suelta. Le llamas por su nombre. La señora se llama Idea.
_ ¿Idea?
_ No, espera, que lo apunté. Aidea, así se llama la mujer. Que tu abuelo las busca raritas hasta en el nombre.
En el coche, sentada en el asiento de atrás con mis cuentos encima de las rodillas, mi concentración estaba más bien en los asientos delanteros.
_ No tuvo la decencia ni de decirnos que se casaba. ¿Qué pensaba, que lo impediríamos?
_ Bueno hombre, no le des más vueltas lo hecho, hecho está. Lo importante es que la señora atienda bien a tu padre, que ya sabes que no sabe ni freír un huevo.
_ Sí, al menos espero que la bruja le atienda en condiciones. Solo faltaría que le viera con la ropa rota o los zapatos sucios.
_ Sucios seguro que los tiene. Te recuerdo que vamos a una granja de vacas. Se dedica a ordeñar vacas y cuidar terneros.
_ Ya, ya. Un trabajo que ha conseguido gracias a la bruja. Y esta casa donde viven en calidad de guardeses de la granja. No sé qué pócima le daría para convencerlo.
Ya tenía en mi cabeza la imagen de la bruja. Sí, tenía que ser mala para ver embrujado al abuelo. Después de ir por una carretera llena de curvas, y en una zona llena de árboles donde apenas entraba la luz del Sol, encontramos el camino cuyo final desembocaba en la casa que íbamos a visitar. Al primero que vi fue al abuelo, vino hacia el coche con los brazos abiertos. Me alzó y dio un montón de vueltas que me hacían reír sin parar. Al dejarme en el suelo, un poco mareada, vi cómo mi padre le abrazaba fríamente.
De la casa salió una señora con una sonrisa que le inundaba la cara. A mí no me parecía ninguna bruja, pero yo andaba con cuidado por si acaso.
_ Hola, ¿Tú eres Ana? Yo me llamo Aidea. Encantada de conocerte. Veo que traes cuentos, me encanta leer, si quieres más tarde te enseño la biblioteca. _ Me dijo cuándo se acercó.
Vi cómo la miraba mi padre. Muy serio y con la frente arrugada.
_ Hola encantada de conoceros. Yo soy Aidea, Espero que no os haya sido difícil encontrar este lugar.
_ Claro que no, señora. Yo sé muy bien interpretar los mapas. Es cierto que habéis elegido un sitio recóndito. ¡A saber por qué!
El día pasó con mi abuelo enseñándonos el sitio. Entre vacas y terneros, viendo cómo ordeñaba.
Después de cenar nos mostraron las habitaciones, a las que nos retiramos temprano. No podía dormir. El silencio del lugar me asustaba. Escuché unos ruidos y como si alguien cantase. ¡Oh! ¿Será la bruja haciendo pócimas? Me puse las zapatillas y una chaqueta encima del pijama y salí despacio. Bajando las escaleras vi una sombra moviéndose entre cacharros, y un canto hipnótico. Cogí aire para darme fuerzas. Seguí bajando y la voz parecía la de Aidea. ¿Será verdad que es una bruja? En la puerta de la cocina, la escena me sorprendió aún más.
Aidea estaba vestida con un pantalón y una camiseta ajustados, en la cabeza tenía un gorro y sus manos se movían con rapidez dentro de la sartén.
Un suspiro de asombro escapó de mi boca e hizo volverse a la bruja. Con rapidez me escondí tras la puerta; sin embargo, ya me había visto.
_ Ven Ana _ me dijo con voz dulce.
Salí de mi escondite con miedo, sin saber qué me pasaría. Quizá necesite alguna parte de una niña para sus pócimas.
_ ¿No puedes dormir? ¿Te gustaría ayudarme? _ Preguntó mirando la sartén que no dejaba de remover.
_ ¿Te puedo ayudar? Yo nunca he hecho pócimas o brebajes de esos.
_ ¿Brebajes…? ¿Pócimas…? Ni que fuese una bruja. _ Respondió mirándome sorprendida.
_ ¿Qué haces? _ me atrevía a preguntar cuando estaba a su lado.
_ Torrijas, pero son torrijas especiales. Mi madre me dio la receta secreta que a su vez se la dio la suya y así desde hace muchísimos años.
Al día siguiente al despertarme, un olor delicioso inundaba toda la casa. Recordé la aventura de la noche y sonreí. Me lo había pasado genial haciendo las torrijas especiales que todos íbamos a desayunar. Ya lo tenía claro. Aidea no era ninguna bruja. Era una señora estupenda que le encantaba cocinar, cantar y leer.
Que relato tan emotivo me ha encantado gracias por este regalo de los lunes
ResponderEliminarHermoso 🌸
ResponderEliminarMe encantó. Es una preciosa vuelta a la infancia.
ResponderEliminarQue bonito.
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