Barriada Baja
Querida amiga:
¡Hace tanto que no nos vemos! Hoy me acordé mucho de ti. He ido con mis hijos a la Barriada Baja. ¿Te acuerdas? Nuestra vida allí fue dura, pero a la vez intensa.
Hice que mis hijos me acercasen, donde hace no pocos años, estaba el bar que regentaba Atilano. Allí queda algo de lo que fue aquello. Aún se distinguía aquella puerta de la parte de atrás del local. Hoy en día le faltan las escaleras, pero sigue con aquella pintura entre verde y marrón que tanto nos disgustaba. Por un momento cerré los ojos, y me parecía escuchar a Atilano gritando aquello “Chicas, esta noche hay que darlo todo … Todo menos un beso en los morros, eso ni se os ocurra. Algo hay que guardar para el amor.”
Ya lo creo que lo guardamos. Yo no di un beso en la boca hasta que conocí a mi Alcidio. Y aún y todo le costó conseguirlo.
¿Te acuerdas cuando salíamos a aquella puerta a respirar aire puro, pero fumando un cigarrillo? Muertas de frío, vestidas con aquella falda que nos llegaba por encima de la rodilla, y con la camiseta de tirantes tan corta que enseñábamos el ombligo. Ahora a todo le ponen nombre. Top le llaman las modernas, cuando nosotras la llamábamos “la del ombligo al aire”.
Intenté asomarme por la ventana de la parte de delante, aquella que siempre tenía la cortina tupida color rojo. Nada, no conseguía ver nada. Mis hijos ya estaban hartos de mí y mis chochadas, como ellos llaman a mis recuerdos. Les ignoré un poco más, mientras discutían por quien llevaría el coche de vuelta al hotel, me atreví y llamé a la puerta. Nada, no se oía nada. ¿Quién iba a estar en ese local ruinoso? Cuando me di la vuelta para poner algo de paz entre mis vástagos, escuche un chirrido, al volverme, no vas a creerlo. Allí ante mis ojos un viejo con un gran tatuaje en el brazo, que al momento reconocí. Atilano, sí, el mismo. Viejo y arrugado como un higo, pero con el mismo mal talante de siempre.
Al mirarme no me reconoció al primer momento hasta que gritando de emoción le llamé por su nombre de guerra.
¡Tuertolculo! A lo que, abriendo los ojos como un búho, me respondió en el mismo tono ¡Putanguiña!.
Nos fundimos en un abrazo. Mis hijos se acercaron y ante tal tierna escena no les quedó más remedio que claudicar y dejarme unas horas allí.
Hablamos sobre el pasado y el presente, recordamos anécdotas y secretos. Las tristezas y las alegrías de aquella dura vida. También le conté como conseguí salir de allí, sabiendo que le había dejado tirado. Sin embargo, lo entendió, aquello no era vida. La que más y la que menos, o lo dejamos o acabaron en una cuneta. ¡Fíjate! A sus años me contó que algún trapicheo sigue haciendo. Su pensión no le llega ni para tomarse una cerveza y un bocadillo diario. Eso sí, se levanta su buen sueldo guardando mercancía sensible a jóvenes imberbes y algo panolis. Se suele quedar con el 10% de la mercancía y luego la revende añadiendo algo de talco por aquí y bicarbonato por allá. Ya ves, no ha cambiado.
Bueno, ya me despido, no sin antes enviarte los saludos del cabrón de Alcidio, así me dijo que te los enviase, tú entenderías.
Un saludo y espero verte pronto.
Una linda carta y llena de conmovedores recuerdos Sigue removiendo mis entrañas los lunes Gracias
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