Un campamento especial


Es un campamento especial, no solo porque es mi primer campamento como monitora, sino porque los niños no son tan niños. 
Son personas con discapacidad intelectual severa o profunda. Es decir, son personas totalmente dependientes, a las que se les saca de su entorno habitual para que les dé un poco el aire saludable del mar. Para arrancarles de sus aburridas rutinas. Aquí se les da la oportunidad de que les del aire del mar, que jueguen en la arena, (aunque esto a veces nos trae algún que otro problema de indigestión), tomar algún refresco en una de las terrazas e incluso se pueden dar un baño en el mar o en la piscina. Así de especial iba a ser mi estreno como monitora, o eso pensaba yo. 
El trabajo que estas personas nos dan están acabando con todas las energías que todos traíamos el primer día. Somos cinco monitores, dos chicos y las otras tres somos mujeres. Todos jóvenes y con ganas de hacer las cosas bien. Marian, es la jefa (alguien tiene que dirigir todo). Juan y Pedro, los dos chicos son amigos de toda la vida, los demás nos hemos conocido hace unos días, en la reunión previa al campamento. Para que nadie se "queme" hemos hecho turnos de descanso. 
Hoy nos toca descansar a Marian y a mí. Ella me cae bien, hemos conectado desde el principio. Nos hemos contado muchas cosas y reído de lo lindo con las "travesuras de los chavales". Estamos solas en la casa. Y aprovechamos para tumbarnos a lado de la piscina. Marian se acerca a mí y me sugiere extenderme la crema por la espalda. Yo encantada, le paso mi bote de crema de alta protección. Ella se pone a horcajadas sentándose en mi trasero. Eso me hace gracia. Al comenzar a darme la crema sus movimientos son suaves, pero firmes. Cuando lleva como media espalda ya cubierta, noto que sus movimientos son más lentos pero igual de suaves. Al bajar su mano por el lateral de mi cuerpo me estremezco. No sé qué me pasa. Los movimientos de sus manos siguen y algo en mí me dice que eso no son movimientos de tu compañera dando crema. El caso es que en mi cabeza se enciende una alarma, pero no me muevo. Me está gustando. De pronto Marian se levanta y se aleja. Yo le miro extrañada y le pregunto qué es lo que le pasa y muy seria me dice que nada. No puede seguir. Me deja desconcertada. En mi interior han pasado cosas y estoy tan sorprendida como asustada. 
Van pasando los días y la relación con Marian, no sé por qué ha cambiado. Cada vez que me roza en mí surge algo, de no sé muy bien donde, que hace que me estremezca. 
Nos toca "guardia", es decir, esta noche cuidamos que todos duerman bien, nosotras nos encargamos de hacer cambios posturales y de pañal a quien lo precise.  
Nos sentamos en la cocina delante del café que nos dará la energía necesaria para aguantar hasta la primera ronda. Luego estaremos en ese duerme vela con el que cualquier mosca nos despierta. En la mesa, miro a Marian y le pregunto qué le pasa, le cuento que últimamente la noto distante y algo fría conmigo. Ella se sobresalta con mis palabras, y con cara de no saber de qué le hablo, me pregunta si lo de fría va en serio; porque ella cree que a mi lado es imposible estar fría. Esto hace que en mi interior se despierte esa misma alerta interior, es algo extraño pero muy agradable. 
Ella me toca la mano que no sujeta el vaso de café, y mirándome con sus ojos color caramelo quemado, me dice que no considera que pueda entender lo que a ella le pasa. Para que lo entienda solo me va a decir que justo antes de empezar el campamento había cortado una relación de tres años con su pareja. Yo le digo que efectivamente no entiendo que tiene que ver, es más, si me lo cuenta, yo la escucho si eso le sirve para desahogarse y sentirse un poco mejor. Aleja su mano de la mía con algo de brusquedad y resopla escupiendo unas palabras que me dejaron aún más desconcertada. Imposible, no lo vas a entender. Bueno, inténtalo, le digo bajito, casi para que no me oiga. 
En ese momento un grito de uno de los chavales nos hace saltar de la silla.  Tras calmarle y dejarle bien cómodo en su cama, mientras volvíamos casi a oscuras a la cocina, Marian susurra muy cerca de mi espalda que su pareja se llamaba Laura. Yo sigo, sin que aparentemente me haya afectado ese golpe de realidad. De nuevo frente a frente la miro, pero esta vez no veo a esa monitora que empezó hace unos días a desconcertarme. Veo a una mujer con el desamor en el alma y con el principio del enamoramiento en la mirada. Al mirarla así ella se percata de algo en lo que yo ni siquiera había reparado, estamos muy cerca, más cerca de lo que dos amigas suelen estar. Su cara va acercándose a la mía, y para mi sorpresa no me retiro, sino que cierro los ojos a la espera de ese beso que llega haciendo vibrar los rincones más escondidos de mi ser. 
El campamento ha terminado y el director nos reúne para examinar que cosas se pueden mejorar y hacer una revisión de lo bueno y lo malo que nos ha sucedido en él. A la pregunta de ¿Qué es lo mejor que sacasteis del campamento? Marian y yo nos miramos y cómplices nos guiñamos un ojo con la sonrisa delatora en nuestras caras. 



 

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