Reina por un dia

 Constancia tiene ocho años y su hobby preferido es jugar, pero no hacer deporte, sino jugar en la calle con sus amigos. Claro, eran otros tiempos, cuando los niños no tenían el día planificado como los ejecutivos. Salían a la calle y, eso sí, tenían su hora de vuelta a casa que había que cumplir con rigurosidad. 

Constancia es ocurrente y pizpireta. Al salir del colegio se quedaba con su amiga Zoveida jugando en el parque que había cerca, donde las horas se les escapaban de sus jóvenes manos sin que se dieran cuenta. Aquel día, la tarde llegaba a su fin y apenas sin percatarse, tan enfrascadas que estaban cavando un hoyo donde pretendían hacer un lago para las ranas que otro día cazarían. Cuando Zoveida se dio cuenta de la hora y se lo dijo a su amiga, las dos se lamentaron de la regañina o castigo que les iba a caer encima. 

Constancia ya iba pensando que excusa poner ante la tardanza, ya que su madre era muy estricta con la hora de llegada. Al llegar a casa y casi sin llamar, su madre abrió la puerta y con los brazos en jarras y cara de enfado, que a la niña le asustó. Constancia no se sabe muy bien de dónde sacó la voz y la idea. De su boca sin poder impedirlo, salió la excusa perfecta.

La cara de su progenitora se transformó como por arte de magia, su expresión dura se tornó dulce y consoladora. Abrazó a su hija y la consoló como pudo. Después de hacer los deberes y de cenar, a Constancia, ya se le había olvidado la travesura y la excusa; sin embargo, a su madre no. 

Al día siguiente Constancia fue al colegio, como todos los días, no obstante no se podía quedar a jugar después, puesto que su madre la iba a nombrar reina o algo así, porque le había dicho algo de llevarla con una corona a casa de Zoveida. 

Ese día, cuando entró en casa, su madre se acercó a ella y sin mediar palabra, le dio una torta que por fuerte y por inesperada, la niña acabó sentada en el suelo. La madre tenía un semblante enfadado y la pobre niña no entendía por qué. 

_ ¿Quién me dijiste que murió ayer? Le gritó la mujer a su hija.

La cría que al escuchar a su madre se acordó de la excusa dada para librarse del castigo, se levantó con la cara compungida, miró a la cara de la que consideraba la persona más cruel del mundo en ese momento y se encogió de hombros. Gesto que a su madre le irritó todavía más. 

_ Fíjate Constancia, te voy a contarlo que me ha pasado esta mañana. Tenía que comprar en el mercado, aunque antes pasé por la floristería para encargar una corona . Estando en la frutería una voz preguntó por "la última" me di la vuelta para contestar y ¿a qué no sabes quién me pedía la vez? 

Constancia negó, bajando la cabeza, ya que en su fuero interno si sabía muy bien a quien se refería su madre. 

_ ¿No lo sabes? Ya te lo digo yo. Era la abuela de Zoveida. Vivita y coleando, y boyante de salud. Mi cara tuvo que ser un poema, casi me da un infarto del susto. ¿Por qué me dijiste que se había muerto?

_ Es… Es que me ibas a castigar por llegar tarde, y no sé cómo salió de mi boca esa mentira… _ Le contestó hipando.

_ Vete a tu habitación a hacer los deberes, y por supuesto esta semana vienes a casa directa del colegio, nada de quedarte a jugar, además te quedas sin postre dos días. _ le gritó mientras se contenía para no darle otro tortazo. 

La niña se fue llorando hacia su habitación y cuando estaba con la mano en el pomo se volvió con la cara sucia por las lágrimas derramadas.

_ Entonces ya no me nombras reina en casa de Zoveida? 

_ ¿Reina? Pero ¿de qué hablas?

_ Esta mañana me has dicho que me llevabas con una corona a su casa.

La madre, sin saber si reír o enfadarse mucho más, le gritó que por supuesto que no había reinado que valga.



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