Un pueblo tranquilo
He venido a este pequeño pueblo a relajarme y a desconectar de la vida de la ciudad. Hasta ahora los únicos habitantes con los que me he topado son un par de perros, algún desconfiado gato y las vacas que veo en los prados, cuando paseo al anochecer. Sí, es un pueblo pequeño donde no pasa nada. Hoy para variar he visto a dos mujeres. Una de ellas estaba en su huerta y la otra hablaba con ella por encima de un pequeño muro de piedra que delimita el huerto.
Ellas aún no me pueden ver, pero yo les oigo perfectamente. Me paro a contemplar la estampa y les escucho su cháchara.
_ Sí, el marido la dejó. ¡Fíjate que mal hombre! Encima la dejó para irse con la otra, sí, aquella rubia, ¿no te acuerdas que la hemos visto alguna vez? _ le contaba a la hortelana, la que estaba fuera.
_ ¡No me digas! Si aquella rubia parecía una pilingui. Selma María no se merece ese trato, después de todo lo que la mujer ha tenido que pasar por culpa de la familia de él.
Yo en esos momentos pongo la oreja. ¡Vaya con los de este pueblo tranquilo! Parece que también hay "moviditas". Con lo que a mí me gusta el cotilleo. Al bajar la mirada veo una gran piedra que sobresale de la pared, está como puesta para mí. Me siento en ella sin dejarme notar y sigo atenta a la conversación.
_ No queda ahí la cosa, ella al verse sola y sin dinero se marchó a la capital a trabajar a una casa, de esas, de gente bien. Y allí, al ser ella tan mona, le cayó en gracia al señor y un día la forzó. _ le sigue contando con grandes aspavientos la mujer, que ya está apoyada en el murete de la huerta. _ Sí, hija, sí. Y la pobre se tuvo que volver para el pueblo, claro.
_ Qué mala gente hay por el mundo. ¿Y ahora de que vive la pobre mujer? _ le preguntó la que no perdía detalle.
_ Espera, espera, que las desgracias no vienen solas y a esta pobre chica parece que le crecen como la mala hierba.
_ Cuando regresó a su casa, ahí que se encontró al marido. Había vuelto con el rabo entre las piernas, muy arrepentido le decía que estaba.
_ Y la muy paleta, seguro que lo perdona. Esa siempre ha tenido un corazón de oro.
_ Sí, pero le cuenta que el señor de la ciudad le forzó y está embarazada. ¿Y sabes que hace el tarugo de Ursino?
Yo deduzco que el tal Ursino debe de ser el marido de la pobre chica. Así que sigo atenta.
_ No, pero me imagino que no le gustaría un pelo. ¿No me digas que se fue a por el señor a la ciudad? _ le contesta llevándose las manos a la cara, la mujer que ya ha abandonado el azadón.
_ ¡Qué va! Eso sería lo suyo. En cambio, se fue a la caseta que tiene para las herramientas y agarró la escopeta. _ Le sigue contando, tapándose la boca, como intentando impedir que sus palabras digan el horror que sucedió._ Y cuando volvió donde ella, se la encuentra en un mar de lágrimas, aun y todo, la apunta con la escopeta y justo llaman a la puerta.
_ ¡Claro los vecinos! Si en el pueblo en cuanto hay escándalo, se oye todo.
Yo estoy ya de los nervios, y mirando a mi alrededor me pregunto en cuál de las casas de piedra, que me rodean, habrá sucedido tal tragedia.
_ No, nada de los vecinos. Golpeando la puerta estaba el señor de la ciudad, el que la había forzado. ¡Fíjate, el muy…! Bueno, pues, justo cuando Ursino se dispone a abrir la puerta… Se acaba el capítulo._ Y cerrando los puños con rabia, sigue. ¡Hija, me tienen en ascuas! Así que te dejo, que ya es casi la hora de la novela.
_ Vale, yo voy en un ratito, en cuanto escarde un poco los tomates, me siento delante de la tele y no me mueven.
Yo suelto despacio el aire que no sabía que estaba conteniendo. Y una sonrisa asoma a mi cara. Me pongo en camino de nuevo y al pasar al lado de la hortelana le dedico una sonrisa y un saludo, al que me responde muy alegre levantando la mano.
Estupendo relato y muy bien narrado Mantiene mi atención Y he términado con una sonrisa Gracias
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