En el altar
Me encuentro en la iglesia, en esta celebración tan especial. Parece mentira que con una relación tan corta se puedan crear sentimientos tan intensos. En los primeros bancos se encuentran su familia y sus amigos, sus caras lo dicen todo. Este gesto universal que proclama el amor que se le tiene a alguien. Le miro en su puesto privilegiado delante del altar, y recuerdo esos momentos que compartimos. Nos conocimos un día en el que yo no quería hablar con nadie, y para eso, nada mejor que salir a caminar por el monte. Me gusta subir a ese monte. Al que yo suelo ir llegas hasta unos acantilados donde la visión del mar y de toda la bahía te dan la serenidad que en esos días malos, busco.
Nos encontramos justo al inicio de la subida. Al principio nos saludamos, y caminamos en silencio. En un momento en el que mi pie resbaló, me ayudó a levantarme y le miré a los ojos. Esos ojos hablaban a gritos, aunque en ese momento yo no supe escuchar. Proseguimos nuestro ascenso, ya entre charlas y risas. Le conté mi nefasta semana de pérdidas en el banco donde trabajo. Sus palabras me reconfortaron. Mi corazón parecía cada vez más ligero. Hubo un momento, no sé cuál, en el que me cogió de la mano. Me contó que se sentía feliz, sentía que la vida le había tratado estupendamente hasta ahora. En este momento estaba un poco enfadado con el destino. Me habló de su familia y de muchos de sus amigos. Solo con escuchar su voz mi humor iba cambiando. Al llegar a la cima seguimos hablando y calentándonos el alma, mientras compartíamos los bocadillos que habíamos cargado en nuestras mochilas. El frío nos encontró abrazados, mirando la inmensidad del mar. Con su cálida voz me dijo muy bajito que por fin sabía que iba a hacer con su vida.
Me dispuse a recoger mis cosas con la idea de hacer acompañada el trayecto de vuelta. Él me dijo que se quedaba un poco más. Me miró muy fijamente a los ojos y me musitó una frase que ahora cobra todo el sentido. "Sé feliz hasta que no puedas más".
Vuelvo al presente y me duele dentro. En el altar, en esa caja de madera está el cuerpo de mi fugaz amigo. El que dejé meditando cuando inicié el descenso, tras sugerir que bajásemos juntos. Aquella negativa y su excusa de hacer lo que había ido a hacer, me siguen doliendo en cada respirar. Su cuerpo lo recogieron a las pocas horas en el fondo del acantilado.
Tras el funeral, con los comentarios que iba uniendo, me enteré del diagnóstico fatal que le hicieron hace unas semanas, lo que le llevó a tomar la decisión de acabar con su vida antes de que la vida acabase con él.
Me ha encantado tu relato. Bravo!
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