LLorar poralgo

 ¿Sabes esa sensación de quedarte sin aire mientras lloras? Es como si te hubieses tragado una bola de aire y el cuerpo ya no asimila más. Bien, pues eso yo siempre he creído que se llamaba “llorar poralgo”. 

Lo de llorar de niño no siempre se entiende. Lloras por dolor, impotencia o hambre. También cuando te dan una bofetada, te castigan o de rabia. Siempre hay una razón. En mi caso, si mi madre no veía la razón muy clara, simplemente me daba el motivo “Vas a llorar por algo”. Yo en mi desconcierto, ese “poralgo” lo oía así, todo junto y como en ese momento la llantina se incrementaba, pues mi cabeza asoció “poralgo” al llanto intenso. 

Con apenas cinco años, en la cocina de mi abuela me pasó algo que recuerdo muy vivamente. 

La cocina no era muy grande, pero tenía una pila de piedra, donde tanto fregaban los platos, como limpiaban las verduras. Había una chimenea con un fuego bajo, de la chimenea colgaban unos hierros donde mi abuela solía colgar un cubo de metal con agua. Y de allí se cogía el agua caliente para lo que se necesitase. Muy cerca de esta chimenea, una puerta te llevaba a una despensa, un lugar oscuro, donde podías encontrar cualquier cosa que se necesitase en la cocina. 

Una mañana estaba sentada, dispuesta para desayunar, cuando me entró una congoja irrefrenable. Yo intentaba no llorar, pero no había manera, así que me puse a llorar con un gran desconsuelo. Mi madre enseguida vino a mi lado.

_ ¿Qué te pasa? Me pregunta muy asombrada.

_ Nada. Consigo decirle entre hipidos. 

_ Pero, ¿por qué lloras así? 

_ Por qué tengo ganas de llorar. Le respondo encogiéndome de hombros. 

La pobre mujer me miró tan asombrada y sin entender nada. Moviendo la cabeza de un lado a otro se fue al corral a recoger los huevos con los que hacer la comida. 

Cuando al fin se me había pasado.

_ Bueno, ¿Qué te hizo llorar de esa manera? 

_ Nada mamá, lo prometo. Solo tenía ganas de llorar y luego ya. 

_ ¿Te acordaste de algo triste? Me intentó interrogar.

_ Que no, solamente me vino el “poralgo”. Le dije mirándole con cara de entender menos que ella.


_ ¿Poralgo? Mira, tienes unas cosas muy raras. Venga sal a jugar con la Fofita, que te está esperando. 

 La Fofita, una cabra pequeñita con la que yo pasaba las horas muertas, me esperaba con las ganas de que le llevase algo rico “robado” de la cocina.

Al salir me abrazo al animal y le susurro al oído.


_ Fofita, yo a ti nunca te haré llorar "poralgo". Toma hoy he conseguido media zanahoria. ¡Vamos a jugar!




Comentarios

  1. Sublime como siempree un gran aplauso Ángela👋👋👋👋💋💞💋💞💞

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