El vendedor

 Acabo de llegar a casa, aún no me he puesto la cómoda ropa que suelo llevar en mi hogar. En ese momento suena el timbre y me acerco a la puerta de entrada; mirando por la mirilla, veo un hombre vestido de oscuro, lleva un abrigo largo, está de espaldas y parece que tiene una carpeta en la mano. Contra toda la razón que grita mi cabeza, abro la puerta.


_ Buenos días, señora.

_ Empieza usted mal. Llamar señora a una mujer que le abre la puerta exclusivamente para escuchar su discurso de venta, no es buen inicio. Porque caballero, la venta consiste en primer lugar en conquistar al cliente. 

_ Sí, claro, señora, pero…

_ Sigue usted en sus trece. A mí me llama señora y ya se me quitan las ganas de escucharle. A ver, ¿qué viene vendiendo? Porque lo que es obvio es que usted ha llamado a mi puerta para vender algo. 

_ No, seño… No mujer. 

_ Ya va usted aprendiendo. Mujer si me puede llamar, ya que está a la vista que lo soy. Corregir los errores es una buena estrategia de venta. ¿Sabe? Yo fui vendedora hace unos años, no muchos, puesto que muy mayor no soy. Me gustaba mirar a los ojos a los clientes y escucharles. La mayoría de las veces eran ellos quienes compraban, no yo la que vendía. ¡Ay! Como han cambiado las estrategias de venta. Ahora todo es mucho más agresivo, ya me entiende usted. No es que vayan pegándose con los clientes, pero invaden su intimidad. En fin. Y usted a todo esto, ¿qué vende?

_ Mire usted yo...

_ ¡Vaya, eso es nuevo!, ahora me trata de usted. A ver, yo no le he tuteado porque usted no me ha dado permiso y yo no quiero nada de usted, pero hombre tratarme a mí de usted… ¿No me hace mayor?

_ Como quieras, yo quería preguntar…

_¡Ah! Que usted no vende, que es de esos que va haciendo preguntas puerta a puerta. ¿Cómo se le llama a eso? Déjeme que piense… Sí, ¡encuestador! Yo de eso nunca he querido trabajar. Me parece agotador ir a los domicilios y asaltar a la gente con mis preguntas. Las personas están en sus casas y no les apetece hablar con extraños. Míreme a mí, acabo de llegar a casa y lo último que me apetece es estar en la puerta hablando con un chico, que me mira como si yo fuese la solución a sus problemas. 

El hombre con los ojos vueltos hacia arriba se da la vuelta y masculla, algo que no consigo entender.

_ ¡Eh! Me hable a la cara y clarito, que le he dedicado un tiempo precioso para mí. 

_ Señora _ Y esto lo dijo elevando el tono de voz, un poquito. Yo vengo a hablar con los familiares de María Erolida Saavedra, soy del seguro de decesos. Ya veo que aquí no es…

_ ¡No me diga!¿La Ero se ha muerto? ¡Hay dios mío! Hombre, haber empezado por ahí. La pobre, estaba algo malita desde hace un tiempo, pero no pensé que estaba tan mal. Su hija vive aquí arriba, justo encima de mí. Fue al colegio con mi Eulogio, y hasta hoy día se llevan de maravilla. 

El hombre se gira de nuevo hacia las escaleras y me parece que da unas zancadas demasiado rápidas y largas. Es una sensación, me parece que huye de algo. Seguramente ha dejado el coche mal aparcado. Cierro la puerta y por fin me pongo la ropa de estar en casa, sin dejar de pensar en la Ero. Que mujer más pesada era la pobre, no dejaba hablar a nadie. 




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