¡Qué hay abuelo!
Me imagino como me verán desde fuera. Un anciano algo encorvado que pasea al ritmo de su bastón. Todas las mañana sale del portal, y pasando por delante de la frutería, saluda a Lucas; para seguir hasta la esquina que le lleva a su destino. Un destino que hoy será el mismo de todos los días, pero con un fin diferente.
Lo he pensado mucho, y ya no hay marcha atrás. Lo que ayer comencé hay que terminar hoy. Ha sido una muy difícil decisión, sin embargo, todo ha comenzado ya.
No sé en qué momento se torció el destino. Quizá fue el primer porro que le consentí. Total ¿quién a cierta edad no tontea con esas cosas? Algún día llegó borracho, aunque los jóvenes se emborrachan de vez en cuando. Lo mismo ese fue el error, suponer que todo era normal. Me comencé a preocupar el día en que su abuela se dio cuenta de que le faltaba dinero. De ahí en adelante todo fue a peor. O nos robaba el dinero o nos lo pedía con tal violencia que preferíamos dárselo. Su abuela, la mujer que siempre me hizo feliz, la madre que nunca tuvo el chiquillo; la que tanto lo consintió. Un día de esos que venía pidiendo dinero, al negárselo se desató la ira y sin ser él, sino el mono que le acuciaba por dentro, le empujó violentamente y al caer se golpeó la cabeza. Él salió de casa maldiciendo y ella descansó para siempre. Desde ese día ha sido una continua sangría. Tengo la casa hipotecada y llevo en el bolsillo mi último sueldo.
Al principio no sabía ni cómo hacerlo, pero poco a poco hice mis propios contactos. Conseguí algunos gramos de la mejor mercancía. Llevo tiempo consiguiendo esa mercancía del mismo camello. Es un joven de esos que llevan los pantalones con el tiro por las rodillas. No suelo quedar dos días seguidos con él, pero esto es un pedido especial.
Hoy voy nervioso, me tiemblan las piernas más que otros días, pero mi bastón disimula el peso adicional que hoy soporta.
Allí está con sus pantalones caídos, la sudadera con un dibujo del pato Donald y una visera que no deja verle bien la cara. Me acerco con un nudo en el estómago, y con una mano en el bastón y la otra en el bolsillo. Me acerco como siempre, me saluda con su mítico "¡Qué hay abuelo!", para extender sus manos hacia mí, una con la mercancía y la otra vacía a la espera de mi salario. Esta vez, al sacar la mano del bolsillo aprieto con fuerza la navaja que le clavo, por sorpresa, a la altura del ombligo para con un movimiento rápido subir hasta el esternón. Sus ojos se abren de asombro y veo en ellos las mismas pupilas grandes y negras que en mi nieto. Me giro y me marcho con la mercancía. Cuando paso de nuevo por la frutería vuelvo a saludar a Lucas, que apenas me presta atención, ya que está poniendo unas manzanas a Rocío, mi vecina del sexto.
Al entrar en casa me dirijo a la habitación de mi nieto, preparo todo para el chute. Ya, hasta lo he aprendido a hacer. El último paso es cargar la jeringa; quiero usar la misma que anoche usó él, su carga fue el doble que de costumbre. Tras inyectar en mi brazo la misma cantidad, comienzo a sentir que mis piernas tiemblan y se me doblan las rodillas, los brazos parece que me pesan toneladas. Oigo golpes en la puerta, y mi cuerpo tiembla sin control. Cuando puedo poner algo de atención, todo es como estar debajo del agua. Los porrazos en la puerta siguen, ahora con unas voces graves, y creo distinguir la palabra "policía". Una sensación cálida me recorre el cuerpo.
Mi chico me sonríe y me da la mano, como cuando era pequeño y le llevaba al colegio. Mi mujer me dedica la mejor de sus sonrisas y me abraza.
Los pelos en punta sin palabras me he quedao cada vez te superas un abrazoo 👍👋👋👋💖💖💖
ResponderEliminarmuchisimas gracias por el apoyo y los animos.
EliminarGenial y espeluznante relato de un abuelo Un héroe Me mantiene la atención hasta el final cosa muy importante y muy buena en un relato Fantástico
ResponderEliminarmuchas gracias el apoyo que siempre me dais me ayuda muchisimo.
EliminarSimplemente genial 👍
ResponderEliminarMuy bueno e imprevisible !!! Me ha gustado mucho 😘
ResponderEliminarGracias guapisimaaaa
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