Los miércoles en la biblioteca

 El paseo hasta la biblioteca es agradable. Voy pensando en el libro que llevo debajo del brazo. He pasado unos días estupendos disfrutando de esta historia de amor. Me gusta la novela histórica y romántica, pero que no empalague.  

Subo despacio las escaleras, tomo el libro entre mis manos, y lo miro con agradecimiento y a modo de despedida antes de entregarlo a un joven que sustituye a Lourdes, la que siempre me recomienda algún libro. Hoy seré yo la que buscaré entre los estantes. 

Me dirijo en primer lugar hacia la sección de novela histórica, ahí siempre acierto. Hay una persona recorriendo con su dedo los lomos de los libros. Me quedo embobada mirando su dedo, es algo hipnótico. Parece como si con solo tocarlo pudiera saber algo de cada libro. Se vuelve y me mira. Esa mirada que atraviesa el alma, es una mirada clara y limpia. Además, la acompaña de una ligera sonrisa, que achica sus grandes ojos. Yo le devuelvo la sonrisa, con un sonrojo poco habitual en mí, y muevo la cabeza a modo de saludo.

Me centro en buscar el libro que me acompañará durante los siguientes siete días. Me llama la atención el lomo de un libro con un título corto y llamativo. Cuando lo voy a coger, una mano detiene la mía y mirándome me enseña un libro y muy bajito me dice que me gustará. Y se da media vuelta, saliendo por el pasillo con otro libro en la mano.

Me deja desconcertada, y al desaparecer me fijo en el título del libro y en el autor, el cual no conozco. Me encojo de hombros y decido que esa semana leeré esa historia. Al hacer la ficha del libro, miro a mi alrededor con la esperanza de ver a la persona que me lo puso en las manos, pero es en vano. 

El miércoles siguiente regreso a la casa de la cultura con el alma caliente. En mi interior hay sentimientos encontrados, el libro me ha encantado, pero me tengo que separar de él y eso me duele. Lo he leído tres veces. La primera la misma noche que me lo llevé. El resto de las veces lo paladeé lentamente. Ya he decidido que hoy me pasaré por la librería de Julia y se lo encargaré. 

Voy al mostrador y lo entrego con un poco de pena, pero con la alegría de un gran descubrimiento. Me dirijo al mismo pasillo de la semana pasada, y cuál es mi sorpresa que ahí está. La persona que me ha alegrado la semana. Al volverse me mira de esa manera que a mí me agita el interior. Quiero darle las gracias, así que me acerco y al fijarme en su cara me guiña un ojo y me pone en la mano otro libro. Se da la vuelta y desaparece. El libro en cuestión es del mismo autor, así que sin pensarlo me lo llevo a casa. 

Ya es día de biblioteca de nuevo. La lectura de esta semana ha sido tan enriquecedora y entretenida, que ya he decidido que este autor es mi favorito. Cuando me encuentro en el pasillo de novela histórica, antes de mirar los libros busco a alguien que mi corazón me dice que estará. Y efectivamente allí está. Al acercarme la sonrisa es mutua, y entrego una nota a la mano que me da un nuevo libro.

Esa fue la primera de las muchas veces que hablara con mi autor favorito, en la cafetería de la esquina. Una vez a la semana cambiaba de libro y luego nos sentábamos a comentarlo. Al principio solo hablamos de libros, de cómo se puso el seudónimo, de los libros que a mí me gustaban. Más adelante comenzamos a hablar de sus sueños y de los míos. Y como sin querer, nuestras manos se tocaban cada vez con más confianza. Hasta que al fin dimos el paso. Nuestros labios se juntaron, suavemente al principio y con más energía después. Ahí empezó nuestra historia de amor. 

Éramos dos mujeres enamoradas, que nos unió el amor por los libros. 



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