Abuela soltera
Elena no entiende por qué su abuela materna nunca se casó. Zita le intenta cambiar el tema cada vez que su nieta le pregunta, para ella no es solo un recuerdo doloroso, es el peso de las malas decisiones tomadas. Quizá ya haya llegado la hora de revelar a alguien todo eso que lleva dentro. Un día que Elena vuelve con el asunto, por fin se decide y comienza su relato.
Mira Elena, yo era una chica como tú, era bonita y gustaba a los chicos. Un día en las fiestas del pueblo, por fin el chico que me gustaba, Agustín, me pidió bailar. Yo no cabía en mí de la emoción. Agustín era el cuñado de mi hermano Restituto, el mayor de los nueve hermanos que éramos.
_ Abuela ¿tenías nueve hermanos?
A mí Agustín me gustaba desde hace tiempo, pero una chica decente no iba por ahí persiguiendo a un chico. Aquel primer baile fue maravilloso. Era como flotar. No dejamos de mirarnos a los ojos, ni de bailar. Entre baile y baile no nos soltábamos como si el hecho de soltarnos hiciera que se rompiera la magia. Desde ese día fui novia del que yo pensaba que sería mi marido. Entonces no era como ahora, que a los pocos días o semanas de salir con alguien te acuestas con esa persona; no te podía tocar hasta la noche de bodas.
_ ¡Abuela! Que ahora tampoco es que a la primera de cambio te acuestes con cualquiera.
Pronto pusimos fecha y los dos estábamos exultantes de alegría. Agustín, cuando apenas faltaban dos semanas para casarnos, apareció un día muy alterado. Despotricaba de mi hermano Restituto. Decía que ya estaba harto de como trataba a su hermana, y que además de las palizas diarias, ahora le había visto como salía con una mujer del pajar, en el que estábamos nosotros en ese momento.
Yo me preocupé mucho por el estado en el que Agustín estaba, le intenté serenar y para ello utilicé mis armas de mujer. Allí mismo me entregué por primera vez. A mi novio se le pasó el enfado y yo estaba feliz. Al fin y al cabo habíamos adelantado un par de semanas la entrega, no pasaba nada.
_ ¡Eh! Abuela, menuda forma de calmar un enfado.
Dos días más tarde, cuando iba camino de la fuente oí como discutían dos voces masculinas. Al acercarme vi como un hombre caía hacia atrás después de recibir un puñetazo. Y con tan mala suerte que detrás de él, en el suelo había una horca de cuatro puntas. Mi hermano cambió de color en el momento en que las puntas le asomaron por el abdomen. Agustín con la cara cenicienta se volvió y al verme sus ojos me mostraron el dolor y desconcierto por lo sucedido.
Un grito, que luego me di cuenta de que era el mío, me hizo volver en mí y correr a ver como estaba mi hermano. Ya era cadáver y al verlo así, solo pude escupir unas palabras tan duras como sentidas en ese momento. "Has matado a un hombre. Te odio. Fuera de mi vista y de mi vida".
Agustín intentó muchas veces acercarse a mí para explicarme que había sido un accidente. Aunque jamás se lo permití. Bueno sí, una vez. Después de aquello él se marchó del pueblo ignorando que iba a ser padre.
_ ¡Qué horror, abuela!
Tres años más tarde volvió al pueblo, y al acercarse vio por primera vez a tu tío Alejandro. Se reconoció en él. Intentó hablar conmigo y tras mucho insistir acepté hablar. Deseaba decirle que se alejase de mí y del niño, que yo no quería nada con un asesino. Él insistió que todo fue un accidente, sin embargo, yo seguía empeñada en desterrarlo de mi vida. Él me decía que me amaba y que quería criar a nuestro hijo junto a mí. Fue solo un momento el que bajé la guardia, y me besó como aquel día en el baile. Me derretí por dentro y en sus manos me volví mantequilla, nuestros cuerpos se unieron de nuevo y fue maravilloso volver a sentir sus besos y sus caricias. Quedamos para seguir hablando al día siguiente. Agustín no apareció. Yo me enfrié y endurecí mi corazón. En mi cabeza únicamente estaba el pensamiento que se había aprovechado de mí. Que únicamente pretendía acostarse conmigo.
De aquella debilidad nació tu madre. Y por ellos luché como pude. Me tuve que ir del pueblo, las malas lenguas y peores corazones nada más me hacían daño.
Me fui a la ciudad y allí diciendo que era viuda encontré lo que sería mi salvación; una casa donde servir, que me permitían tener a mis hijos hasta que tuvieron edad de ir al colegio. Desde entonces fueron internos y yo seguí trabajando.
Y esa es la historia.
_ ¿Nunca supiste que pasó con Agustín?
Si, ya lo creo que lo supe. Años más tarde me enteré de que lo habían detenido. Al volver al pueblo alguien lo denunció por robo. Y como estaba pendiente la denuncia por el asesinato de mi hermano, lo metieron en la cárcel. De nada le sirvió decir que había sido un accidente y que la denuncia de robo era falsa. Murió en la cárcel dos meses antes de que cumpliera su condena.
_ Abuela, ¿te arrepientes de haberlo rechazado? ¿Tú le amabas?
La vida no se reduce a arrepentimientos, la vida es la toma de decisiones y yo tomé las mías. No sé si fueron las correctas o no. Lo que es cierto es que ya no se puede volver atrás y no arreglamos nada con los "y si hubiera…"
Y sí, lo amé como únicamente se ama cuando te enamoras del hombre de tu vida. Mis hijos, ambos, fueron fruto del amor, no lo dudes nunca.
Es ya casi un libro Maravilloso y fantástico relato
ResponderEliminarLo que más me ha gustado es la reflexión final
Muy acertada
Me encanta tú forma de relatar
Ya eres una escritora
Muy muy bueno Ángela sin palabras hermosísimo👋👋💖💖💖👋👋
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