Encuentros en la vejez
El primer día que ingresé en esta residencia, no me hacía la idea de lo que me iba a encontrar en ella. Ese día, todo eran buenas caras. Mis hijos vinieron conmigo y todo parecía fantástico. Llevo seis meses aquí, y a pesar de recibir todas las semanas varias visitas de mis hijos, soy la mujer más triste de la residencia. Vamos poco a poco.
Aquel primer día me llevaron a la que sería mi habitación. La compartiría con una mujer, en apariencia agradable. Y así resultó ser. Mi compañera de habitación, siempre ha sido un gran apoyo para mí, y la única conocedora de mi tormento. Falleció hace un par de semanas y ya no puedo desahogarme con ella. En fin, a lo que voy, que me distraigo. Después de que mis hijos se marcharan, me enseñaron el comedor y mi lugar en él. Justo en ese momento empezaría mi angustia. En la mesa junto a la mía comía una mujer, que al principio no reconocí, sin embargo, a los diez minutos la tenía más que ubicada en mi memoria. Ella al verme me sonrió casi sin mirarme, pero de repente fijó la vista en mis ojos, como si no creyese que realmente era yo. Sí, ella me reconoció primero. En mi mesa éramos cuatro personas, ninguna de ellas era capaz de comer sola, por lo que necesitaban constante ayuda por parte del personal, que además, amablemente me daban conversación. Al enterarse de que era de un pueblo de Guadalajara, me dijeron que tenían otra usuaria que también era de por allí. Ya me he dado cuenta, me dije a mí misma; sin que nadie se percatara de mi cara de desagrado.
Al día siguiente, cuál no sería mi sorpresa que habían decidido que, ya que las dos éramos no solamente de la misma provincia, si no del mismo pueblo, nos pusiéramos en la misma mesa. Habían cambiado a otra señora de sitio y yo acabé compartiendo mesa con Reinalda.
_ Así pueden hablar de cosas de su pueblo. Nos dijeron a ambas.
Ella me miró y me dio los buenos días, que yo no contesté. Muchas veces intentó iniciar conversación, pero yo la ignoraba como si hubiese perdido el oído.
_ Mujer hay que olvidar el pasado, total para los días que nos quedan podríamos ser amigas. _ Me decía la insensata. ¿Te acuerdas de Edelmira, la de Martín? Me ha dicho mi sobrina que murió la semana pasada.
En mi interior algo dio un vuelco, aunque lejos de seguirle la conversación, mi mirada de hielo hizo que se callase.
Edelmira, aquella mujer buena donde las hubiera. Era una de mis mejores amigas y la que me abrió los ojos.
Al poco tiempo de casarme, mi marido y yo nos fuimos a vivir a un pequeño pueblo al lado del mío. Allí conocí a mis dos mejores amigas, Reinalda, con la que actualmente como a diario, y Edelmira. Pasábamos muchas tardes al sol en la puerta de casa charlando de todo, y haciendo ganchillo. ¡Cómo nos gustaba! Mi marido era un hombre apuesto y bonachón. El día que llegaba temprano del trabajo, compartía algún rato con nosotras. Con el tiempo Reinalda se empezó a ir algo más pronto a su casa, decía que ahora anochecía algo más temprano y se dejaba los ojos en la labor. Edelmira y yo seguíamos un rato más charlando.
Un día, al irse nuestra amiga Edelmira me miró y muy seria me dijo que no sabía cómo decirme algo importante. Yo, inocente aún, le escuché y le animé a que me soltara eso que le preocupaba. Cuando me contó lo que había visto y oído, me quedé de piedra.
Esa noche no pude dormir. Al día siguiente, en cuanto Reinalda se fue recogí mis cosas y junto con mi amiga nos dirigimos a la parte arbolada que hay detrás del cementerio. Allí es donde mis ojos se abrieron y donde sentí mover a mi hijo por primera vez en mi interior. Estaba embarazada. Y callé por el bien de mi hijo, eso me repetí durante cuatro años. Años en los que me volví a quedar embarazada por segunda vez. Un día, con más miedo que valentía me enfrenté al padre de mis hijos. Él me confesó que únicamente me amaba a mí, Reinalda le había seducido y una vez empezado el engaño, le fue imposible dejarla. Ella le amenazaba con decírmelo a mí. Y esa fue la razón por la que nos mudamos a vivir al norte.
Mi mente vuelve al presente. Hoy es un gran día. Este será el último día que comparta mesa y hasta área con ella. No, no me traslado, no. La trasladan a ella. Está tan gorda que apenas puede entrar con su silla de ruedas en el baño de su habitación, así que se ven obligados a llevarla a una planta donde está el baño mejor adaptado. Tampoco os he contado que aquel escándalo se supo en el pueblo y su reputación quedó bastante tocada. Por supuesto la de mi marido también, pero nosotros nos fuimos y seguimos adelante. Ella, en cambio, se quedó en el pueblo y allí estuvo hasta que una sobrina la trajo a esta ciudad para cuidar de ella. La sobrina ya no podía con ella y la ingresó en la residencia.
Q realidad tan grande y pensar que a lo largo de la vida puedas encontrate con alguien a quien no quieres ver Este mundo tan grande y tan pequeño al mismo tiempo
ResponderEliminarMaravilloso relato Me ha tocado mucho ( q no hundido) así q es un fabuloso relato como siempre
Te ánimo a seguir removiendome GRACIAS
Fabuloso y que bien relatado lo que la vida nunca sabes a quién te va a poner en el camino aunque esté este casi recorrido a por el proximooo👋👋👏👏👏😘😘😘😘💞
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