Escribiendo a diario
Llevo trabajando en esta casa casi un año. Me costó encontrar el trabajo, pero estoy encantada. Trabajo como interna en una casa cuidando y atendiendo a dos personas mayores. Es un matrimonio que llevan casados sesenta años. Javier es autónomo para todo, solo a veces necesita alguna ayuda en la ducha. Le gusta cocinar, así que la mayoría de los días él hace la comida, de la cena me suelo encargar yo, a esa hora aparte de estar cansado hay un programa en la tele que le gusta. Columba, que así se llama la mujer, necesita mucha ayuda, tanto para asearse como para desplazarse, y necesita una silla de ruedas en todo momento.
Todos los días después del aseo la llevo a la cocina donde desayuna charlando con Javier. Nunca les falta conversación. Cuando termino de hacer sus habitaciones, a ella la llevo al salón, donde la dejo delante de una mesa. Allí siempre hay sobres y folios, también varios bolígrafos. La dejo escribiendo alguna carta. Me resulta curioso que siempre tenga que escribir a alguien. Entre tanto, él baja a por el pan y alguna cosilla que haga falta. Siempre se encuentra con algún amigo con el que compartir una charla y un vino. A su regreso se pone a hacer la comida para los tres.
Esa ha sido la rutina hasta hace unos días cuando Columba ha empeorado y la han llevado al hospital. Está muy grave. Javier va todos los días a visitarla y vuelve cabizbajo y sin ganas de hablar. Ayer, cuando llegó fue directo a la habitación de su mujer. Tras abrir y cerrar cajones, salió de la habitación con un sobre rodeado con un lazo color naranja. Me lo extiende y me dice que Columba quiere que me lo dé. Yo lo tomo con suavidad y le miro, como para preguntar qué hago, pero él se da la vuelta y se mete en su cuarto.
Me quedo desorientada, pero miro el sobre en el que pone mi nombre. Lo abro y leo con atención unas palabras escritas con una letra clara y redonda. Después la guardo en la mesilla de mi habitación.
Han pasado dos semanas desde que Columba falleciera en el hospital. Hasta hoy todo ha sido una vorágine de familiares, idas y venidas de parientes que yo nunca había visto. Los hijos de Javier me preguntaron si quería seguir trabajando con su padre, ahora iba a necesitar algún cuidado, ya que el impacto de la muerte de su mujer le había dejado algo débil. Claro que sigo, les había contestado.
Hace unos días fui al armario de Columba, y en el cajón que ella me indicó en la misiva, estaban sendos fajos de cartas envueltas con papel de seda. Cada uno de ellos iba dirigido a uno de sus hijos. Se sorprendieron mucho cuando les dije que su madre me había dicho que se los entregase si ella faltaba.
Esta mañana he hablado con Javier acerca de la carta que su esposa me mandó a través suyo semanas atrás.
Ahora toca el recado más difícil que aquella buena mujer me dejó. Javier está en la mesa donde tantas veces su mujer escribía cartas sin parar. Está con un folio delante, ese mismo en el que ayer yo escribí las cinco vocales. Está dispuesto para su primera lección. Quiere aprender a leer. Columba le ha dejado varias cajas llenas de diarios, todos los de su rica vida, y varios fardos de cartas dirigidas a él. Al principio me sugirió que se lo leyese todo, pero yo le expliqué que en la nota de su mujer me decía que ya era hora que aprendiese a leer. Además, el contenido es muy íntimo y no creo que yo sea la persona que deba leer todo eso. Él lo entendió perfectamente y nos hemos marcado una rutina, hasta que por fin sea capaz de leer todo lo que su mujer le ha dejado escrito.
Y con esa tarea van pasando los días. Las dos horas diarias que dedicamos a tal fin, están dando sus frutos. Javier cada vez le cuesta menos leer y me ha dicho que para el mes que viene comenzará a leer todo lo escrito por Columba. Me ha alegrado mucho, y para darle ánimos, hoy va a leer algo diferente. Y le he puesto en la mesa una nota que venía en la carta que me dirigió su compañera de vida.
Poco a poco, e indicando cada palabra con su dedo, lee en alto dicho mensaje.
"Javier si lees esto ya estarás preparado para leer mi vida. Escribo desde que aprendí a hacerlo y en los diarios tengo guardados los anhelos y disgustos que la vida me dio. Sin duda tú fuiste de lo mejor que la Vida me regaló. Me gustaría que pudieses leer ese camino que he recorrido hasta llegar al final, y eso está en esas cartas que durante años te escribí.
Todo esto quiero que sea motivo de alegría. No te sientas triste, yo estaré acompañándote todo el tiempo que pases leyendo y releyendo. Eres un hombre bueno al que amo y amaré por la eternidad". Tu amor, Columba.
Cuando acabó me miró con los ojos abnegados en lágrimas y me dio las gracias por mi paciencia y cariño para ayudarle con el empeño de su mujer.
Que bonito y qué emoción superando te cada día y a esperar el próximo💞💞👍👍👍👍💞💞💞💞
ResponderEliminarMe he puesto a llorar Que hermoso relato que me deja sin palabras Gracias por los lunes Me encanta leerte y los espero con ansiedad Escribes muy pero que muy bien y aportas mucha originalidad con tus relatos
ResponderEliminarQue bonito Angela. Haces que nos metamos en la piel de los personajes. 👏👏👏
ResponderEliminarGracias Naza.
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