Pancho

 Estaba en la cocina haciendo la comida del día siguiente, y pensando que poner para cenar esa noche. Mi vida era algo caótica. Mi marido hace unos meses que me ha dejado, ya hemos empezado los trámites del divorcio. Siempre dicen que las madres tienen ventajas, que los hijos casi siempre se quedan con la madre, que eso es injusto para el padre. Lo injusto es que el padre pueda rehacer su vida sin que una pequeña le condicione. Él solo quiere visitas algún fin de semana y el mes que corresponda en verano, nada más. Según él no sabría cómo cuidarla. Mi hija tiene tres años, ya no es tan pequeña como para requerir unos cuidados extremos. En fin, la cuido y la amo con toda mi alma, aunque a veces me agote. Es una niña movida, que le gusta jugar, correr, saltar, cantar y por supuesto hablar. No calla, y si está callada malo algo está tramando. 

Le gusta jugar con Pancho, un osito de peluche. Le gusta vestirlo con su ropa, ponerle los zapatos de cuando era más pequeña y hasta bañarle con su champú. Ella dice que a él es lo que más le gusta. Esta mañana me ha parecido mayor. Según he abierto el armario para preparar su ropa, me ha dicho muy seria que ella quería elegir su ropa. En fin, ha elegido una camiseta fucsia y un pantalón verde chillón. ¡Madre mía! He pensado que desde luego no se iba a perder.  Me acuerdo de esto y se me escapa una sonrisa. Cuando la he recogido del colegio, no he tenido ningún problema para verla. Y su cara de felicidad lo decía todo. Me ha contado con su cháchara incansable que a sus amigos les ha encantado su ropa. Mañana quiere ir con los pantalones azules y la camiseta blanca de Hello Kitty. Cosa que yo he apoyado inmediatamente. 

En esos pensamientos estaba sumergida, cuando caigo en la cuenta que hace rato que no la oigo. La llamo desde la cocina, pero como es su costumbre no contesta. Voy a buscarla. Primero en el baño, donde puede pasar horas mirándose en el espejo, peinándose ella y a Pancho. En su habitación no está, eso sí, está el suelo lleno de ropa, y juguetes. Resoplando y ya algo enfadada, voy al salón por si algún ángel del cielo le haya hecho tumbarse en el sofá y se haya quedado dormida. Nada, bueno, solo falta mi habitación. Allí tiene prohibido estar, especialmente salir a la terraza. Cuando entro en mi cuarto veo la puerta de la terraza abierta. ¡Dios mío! ¡Como esté en la terraza me da algo! Me asomo con el corazón en la garganta, yo vivo en un sexto piso. No, allí no está. Algo me impulsa a asomarme por la barandilla y mirar abajo. En ese momento vi algo fucsia y verde en el suelo. La gente miraba hacia arriba. 

Ahí es cuando vi a mi hija de bebé, sus 2. 453 gramos que me cautivaron el corazón. Los primeros intentos de coger mi pezón; lo que nos costó a las dos. Esas sonrisas cuando me veía asomarme a su cuna. Las palmadas del primer cumpleaños, sus primeros pasos. Su primera palabra "mamá". Mamá, mamá, es como si la estuviese oyendo en este momento, pero no me puedo mover. Es imposible. Mamá sigo oyendo cada vez más fuerte. Y noto una manita tirando de mi pantalón, me vuelvo y Aris está a mi lado con una camiseta blanca y con la cara compungida. 

_ Mamá, Pancho se ha tirado por la terraza. No quiero que tenga pupa. ¿Vamos a por él? 

La miro sin poder reprimir las lágrimas y le digo al oído. 

_ Sí, vamos. ¿Ahora entiendes por qué está prohibido salir sola al balcón? Si Pancho se puede caer, tú también te puedes caer y hacer mucha pupa. 

_ Mamá ¿Pancho se ha hecho mucha pupa? Me dice llorando, ya desconsolada. 

_ Vamos a ver que tal está. 

Al salir a la calle vemos varias personas rodeando a Pancho, y murmurando algo que al principio no he entendido, pero enseguida he comprendido. La gente ha visto caer el osito y todos pensaron que era la niña. Hasta un valiente extendió sus brazos para amortiguar el golpe. 

Mi hija sale corriendo a recoger su peluche.

_ Muchas gracias por cuidar a Pancho, parece que no se ha hecho mucho daño. Les dijo, muy seria, a las personas congregadas allí. 

Y sin más ceremonias me dio la mano y tiró de mí hacia el portal. 

Esa noche cuando Aris ya dormía, me puse a su lado y le acaricié la cabecita y le tapé. 

_ Aris, sigue dándome mucho trabajo y sigue volviendo loca mucho, mucho tiempo. Le susurré al oído. Y dándole un beso me fui a la cama con el susto aún en el cuerpo. 



Comentarios

  1. Casi muero del susto Muy bien ese giro Fantástico Sigue haciendo sentir con tus relatos GRACIAS

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  2. Ufff Ángela que tensión pero el final precioso a seguir alegran dome los lunesss y me has recordado que cuide de mi niñas💞💞👏👏👏💞💞💞

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