El álbum
Voy a abrir un libro muy especial. Lo guardo hace muchos años en una estantería, en la parte de más arriba. Ese lugar inalcanzable, de no ser por una pequeña escalera de mano que guardo en la terraza. Ayer haciendo limpieza general lo dejé fuera de la estantería, con la idea de revisarlo hoy.
Las tapas son de un verde semejante a la hierba. Con una fina línea dorada alrededor del borde.
Estoy un poco nerviosa, hace mucho que no lo abro y de seguro que me removerá por dentro.
Abro la primera página y ahí está, mi primera fotografía. Con apenas un año, unos rizos oscuros, que dulcificaban el rostro. Al lado una joven mujer, que me cuesta reconocer. Con el pelo recogido en una coleta me sujeta con una mano y me mira con la dulzura de una madre primeriza. Me fijo bien en la foto, y descubro una mano sobre el hombro de mi madre. Nunca me había percatado de ello. ¿Quién será? ¿Mi padre? Entonces ¿quién está sacando la foto? Paso la página del álbum, pero no me quito la imagen de esa mano masculina. A mi madre se le ve una cara radiante, como si nada que le rompiera el alma, le hubiese pasado aun. ¿Cuándo comenzó a cambiar?
Cierro el álbum y me acerco a la ventana. No me puedo quitar de la cabeza la imagen de mi madre en esa foto. ¿Qué le pasaría? ¿Cuándo dejó de ser feliz, como esa foto muestra? Ya nunca me podrá contestar. Yo la recuerdo siempre seria y como enfadada con el mundo. Siempre trabajando como una burra, para que a ninguna de las dos nos faltase, al menos, lo más básico. No recuerdo haberla visto nunca con un hombre. Cada vez que preguntaba por mi padre me respondía con un “ya lo sabrás algún día”, pero ese día nunca llegó. Yo dejé de preguntar e incluso de querer saber. Y la verdad que tampoco tuve mucho tiempo para preguntarle, esa maldita enfermedad que le agrió aún más el carácter se la llevó demasiado pronto. Quizá si hablo con mi tía, me cuente algo.
Esa tarde me vestí con pantalones y una camiseta y fui a la residencia donde mi tía Rosario pasa sus días. Llevo la fotografía en el bolso. Después de los saludos de rigor, de preguntar por los niños y por mi marido, y de paso por el resto de vecinos del barrio; fui al meollo de la cuestión. Saqué la foto y se la mostré y su cara cambió. El cambio en su rostro fue tan notable que hasta me cuestioné si plantear las preguntas que rondaban mi cabeza. Pero no tuve que hacer preguntas, mi tía comenzó a “cantar” ella solita.
_ Esta foto la hice yo, me dijo tras coger en sus manos temblorosas la imagen. Aquel día fue el último que tuviste padre.
En ese momento a la que se le cambió el color fue a mí. ¿Mi padre? Seguí atenta a las palabras de mi vieja tía.
_ Fuimos a pasar el día a la alameda, y tu padre estaba raro, pero no le prestamos demasiada atención. Tu madre estaba feliz, tenía lo que siempre había deseado, una familia. Su marido y su hija eran para ella su máxima felicidad. Ese día fue el elegido para romper la vida de tu madre en mil pedazos. Después de hacer esta foto, yo me quedé jugando contigo y ellos fueron a pasear. Cuando tu madre volvió ya no era la misma. A tu padre no lo volví a ver jamás.
_ ¿qué había pasado? ¿Un accidente? No pude por menos de preguntar.
_ Tras mucho insistir, conseguí que me contara. Prosiguió Rosario sin que pareciese haberme oído.
Mi tía levantó la cabeza y me miró con sus ojos empañados de lágrimas. Se llevó la mano a la boca y le brotó un sollozo ahogado que no pudo reprimir. Yo no salía de mi asombro, pero más me angustiaba. Al rato y después de beber varios sorbos de agua, prosiguió contando lo que tal vez nunca debería haber sabido.
_ Enedina, tu madre, me contó que al alejarse, su marido le dijo alto y claro que no la quería. Que no deseaba estar con ella y que esa hija que tenían le agobiaba, y que sospechaba que no era suya. Tu madre no salía de su asombro. Y yo tampoco. ¿Cómo que no es suya? Le dije. Pero ella entre llantos me siguió contando. No nos quiere y eso es lo que utiliza para hacerme más daño. Se ha ido, me ha dicho que no le busque. Quiere rehacer su vida, buscar su sitio. Y simplemente cogió el coche y se fue. Cuando llegamos a casa no había ni rastro de él en la casa, ni ropa, ni libros, nada.
Yo nunca entendí que pasó, y tu madre aún menos. No obstante, supe todo hace unos años.
Esta vez cuando levantó su mirada vislumbré un brillo diferente. ¿Cómo lo has sabido, tía? ¿Y qué es eso que sabes? Bajando la voz siguió el relato.
_ A las pocas semanas de ingresar en esta residencia, me fijé en un hombre cuyo rostro me resultaba conocido. Él no me conoció a mí, pero yo supe quién era. Si, hija, era tu padre. Estaba muchísimo más viejo, sin embargo su mirada era inconfundible. Me aseguré que fuese él, y un día me atreví a abordarle. Y entre jadeo y jadeo, debido a su fatiga me consiguió contar su historia. Una historia que daría para un libro.
_ Tía, por favor. Grité ya más que impaciente.
_ Vale, vale. Resumiendo. Tu padre se enteró de dos cosas, el cómo no te lo voy a contar ahora. Tu padre y tu madre eran hermanos que separaron al nacer. Tu padre se enteró y no pudo soportarlo. Y no quiso hacer más daño a tu madre contándoselo y simplemente se fue.
_ ¿Y la otra? Has dicho que se enteró de dos cosas. Le pregunté impactada.
_ La otra, no sé cómo decírtelo. En fin creo que soltarlo sin más. Se enteró de que era estéril. Rosario miró fijamente a su sobrina cuya cara cambiaba de color con cada frase suya.
Y finalizó diciendo _ A los pocos días de contármelo, falleció.
Al rato me fui a casa, rumiando la historia contada por mi tía y con más preguntas de las que tenía antes.
Cada día te superas masa nos ha encantado a seguir y a por el libro♥️♥️♥️♥️👏👏👏👏
ResponderEliminarOye Genial Pero hermanos y esteril Jolin vaya imaginación Muy entretenida hasta el final
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