La Soriana

 Irene es una niña de ocho veranos, que vive en un pueblo del norte de España, cuyo nombre no viene a cuento. Es una niña muy extrovertida y con muchos amigos. Pero lo que ella llama su "muy mejor amiga" es Belén una cría de siete años que vive con su abuela y su hermano de cinco años. Suelen bajar a jugar a la calle después de coger el bocadillo en casa, cuando vuelven del colegio. El hermano a veces les acompaña, aunque a veces protestan, dicen que es pequeño y no sabe jugar. Las dos amigas juegan ajenas a habladurías y chismes que corren por el pueblo. Un día Orencia viendo la hora que era, llamo a los tres niños y les puso una tortilla francesa para cenar a cada uno. Al principio Irene no quería porque le daba algo de vergüenza, pero al final sucumbió a su cena favorita. Cuando más tarde llegó a su casa, su madre le riñó mucho. La madre de Irene ya sabía de los chismes que se decían sobre la familia de Belén. También sabía lo justa que iba La soriana de dinero. La niña tuvo que oír que si no le daba vergüenza comer la comida de esa señora que no tenía apenas para darle a sus nietos. La niña se quedó muy preocupada pensando que por su culpa la abuela de Belén esa noche, lo mismo no cenaba.


Esa noche Orencia pensaba en su cama, lo feliz que veía a Belén desde que era amiga de Irene. A esa chiquilla no le importaban las habladurías que corrían por el pueblo sobre la hija de sus nietos. Bendita inocencia. Ella sabía todo lo que se decía de ella y de su hija, pero ¿qué le importaba a ella los chismes? Lo que si le importaba y mucho, era que le hicieran daño a sus nietos. Belén ya se empezaba a enterar de cosas y muchas veces le había preguntado que era una bastarda o una prostituta. Esa niña ya estaba en edad de preguntar muchas cosas y ya le había interrogado en varias ocasiones acerca de sus padres. La soriana, que así la llamaban en el pueblo debido a su procedencia, ya no sabía cómo esquivar algunas preguntas. ¿Cómo explicar a una niña que su madre está en otra ciudad, viviendo con un hombre que no es su padre? Ella fue fruto del amor, de eso Orencia estaba segura, pero de un amor prohibido. El padre de la niña era un hombre casado que aprovechando la candidez de una joven la embarazó, no una, sino dos veces. Y ¿Qué podía hacer ella? Su hija por fin había encontrado una estabilidad, pero los niños no cabían en ella. Ese hombre con el que ahora vivía era bueno, pero no estaba dispuesto a criar dos vástagos que no fuesen suyos. Orencia tenía una pensión mínima de viuda, pero hacia algunos trabajillos de costura que le permitían sacar adelante a sus nietos.


La madre de Irene al día siguiente de que su hija cenase aquella tortilla que tanto le gustaba, se hizo la encontradiza con Orencia. Tras los saludos de rigor La soriana se prodigó en alabanzas hacia Irene, ya que a Belén y a Javier les hacía muy felices. La alegría de esa niña se contagia sin querer, le digo sin dejarle abrir la boca. Tengo tanto que agradecerle a ella y a ti, por permitirle que juegue con mis nietos a pesar de todos los chismes. Ellos son niños y la inocencia no entiende de madres solteras, ni de vidas truncadas, siguió con la perorata, Orencia. En ese momento a Ana, la madre de Irene le dio un vuelco el corazón y rememoró su vida de hace tantos años, cuando embarazada y sin pasar por el altar y le dijo al que hoy es su marido, que estaba en cinta, que habían abusado de ella y no sabía qué hacer. Nadie le iba a creer. Él solo la abrazó y le dijo que él la creía y la quería. Ante todos, se casó embarazada de su novio. Si su ahora marido no hubiese aceptado asumir la paternidad de aquella atrocidad, sería ella también la comidilla de las cotillas del pueblo. Ana solo abrazó a Orencia y le juró que era ella la que tenía que agradecer que sus nietas fuesen amigas, y que ese fin de semana era el cumpleaños de la niña, y le haría mucha ilusión que fuesen a comer con ellos a su casa. Así las niñas jugarían y el pequeño seguro que se entretenía con el perro. Ellos ya charlarían de muchas cosas. Su marido necesitaba a alguien que le cosiese las batas de la fábrica, que los empleados las estropeaban a menudo.




Comentarios

  1. Olé y olé benditos niños Ojalá siempre lo fuesemos
    Un relato sensible y tierno como sólo tú sabes hacerlo

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