El encuentro

 Habían quedado en la esquina de Preciados. Cada uno tenía algo que contar al otro. Eran jóvenes y con una vida por delante, pero cada uno de ellos la veía diferente. Estaban enamorados y habían quedado para hablar y tomar alguna decisión al respecto. Iban sumidos en sus pensamientos y con el corazón encogido, por lo que el otro iba a sentir al comunicarle su decisión. 

Ella, la más alta de los dos, guapa y esbelta, en ese momento caminaba sin prisa y con la cabeza baja. Sabía que su decisión rompería el corazón a su amado. Pero ¿qué podía hacer? La llamada era tan fuerte, que aunque quisiera no la podía desoír. Su corazón estaba dividido, amaba a Carlos. Le había dado muchas vueltas a la cabeza y al corazón. Antes de tomar la firme decisión, pasaba las noches pensando y poniendo ante Dios su situación. Que parte del corazón pesaba más. Cuando por fin tomó la determinación que dirigiría su vida, no podía dormir por no saber cómo decírselo a Carlos. No quería hacerle daño.  Lo amaba, pero no tanto como amaba a Dios. 

Carlos andaba con la cabeza igual de caliente, pero por otros motivos. Deseaba a Gema, pero no sabía si la amaba. O para ser más sinceros, claro que la quería, pero no hasta ese punto. No quería hacerle daño. No soportaría que sufriera por su culpa. Llevaba varias semanas dándole vueltas para decírselo lo más claro, firme y suave posible. Quizá fuese la influencia de su familia o solo su egoísmo. Ya había hablado con su confesor para pedirle consejo, y lo dicho por este no le aclaró mucho. Se acercaba la hora del encuentro y algo en él temblaba. ¿Cómo se lo tomaría Gema? 

El encuentro tan deseado y temido se produjo al filo de las cinco de la tarde. Al encontrarse, se dieron dos besos en las mejillas. Comenzaron a hablar los dos a la vez, por el nerviosismo que les inundaba y los dos al tiempo callaron. Fue Carlos el que propuso ir a sentarse a una terraza y tomar algo, así hablarían con tranquilidad. Gema accedió, pero en su interior seguía hirviendo en anhelo de terminar con aquel doloroso trámite. 

Cuando ya tenían, él, un café y ella, una infusión en la mesa; comenzaron de nuevo los dos al tiempo a hablar. La risa tonta que les entró, y la carcajada de ambos les relajó un poco. 

Comenzó Carlos disculpándose por el daño que le iba a hacer, pero a pesar de quererla, se iba a comprometer con otra mujer. Era de una familia con renombre y la chica le gustaba. 

En ese momento Gema soltó el aire que sin querer estaba reteniendo, y lo sonrió. 

_ Carlos, me alegro muchísimo que hagas tu vida con otra mujer. Le dijo sin dejar de mirarle a los ojos y de sonreír. 

_ Me sorprende tu reacción, le contesto un Carlos atónito.

_ Mira, no sabía cómo decírtelo, pero ya ves Dios busca sus propios medios. Él sabe cómo ayudarnos.

_ No entiendo ¿Dios me ha puesto a una chica guapa y con buena posición social en mi camino, para ayudarnos? 

_ Mira Carlos, pasado mañana ingreso en el Carmelo de La Aldehuela en las afueras de Madrid, como sabes es el convento de la Madre Maravillas. Llevo tiempo sintiendo la vocación y… hoy iba a comunicarte mi decisión. Ya veo que Dios me allana el camino y ratifica mi vocación. 

_¿Te metes monja?, le pregunta un atónito Carlos. ¿Y de clausura? Pero yo creí que me amabas, que lo nuestro iba en serio. 

Gema bajando los ojos le explica que no tiene nada que ver el amor que a él le tiene, que es mucho, con el Amor a Dios. Para ella este último es el más importante y la desborda de una manera inexplicable. 

Carlos se levanta bruscamente y poniendo unas monedas en la mesa se aleja, sin siquiera mirar atrás.  

Gema contra todo pronóstico sonríe; ella sabe que ha herido su orgullo. Entonces mira al cielo y con voz apagada da las gracias. Se levanta y se dirige hacia la cafetería de la esquina de enfrente. Allí hay un hombre vestido de negro, solo en una mesa. Se sienta enfrente de él y le dice

 _ Puedes contarle a tu hermana que Carlos se quiere casar con ella por su posición, aunque es cierto que la ve bonita. Pero es un hombre al que la prepotencia y el orgullo le salen por los poros. 

_ Puedes estar tranquila, le dice su interlocutor, creo que no será tu cuñado. Y levantándose, ambos se alejaron cogidos de la mano.



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