Un brazo por el hombro

 Hoy he visto a mi compañero Luis, un brillo diferente en su mirada. Hay algo, no sé, que veo diferente en él. Es un joven alegre y trabajador, además de muy buen compañero. Si a alguien se le puede pedir algo es a él. Siempre tiene una sonrisa en la cara y nunca le he oído una crítica de nadie. Cuando te nota algo decaída, suele venir y echándote uno de sus fuertes brazos por el hombro te dice muy bajito, para que solo tú le oigas: "todo va a pasar, nada va a poder contigo chavala". Y al mirarle a la cara parece como si los problemas pesasen menos.

Pero hoy, aparentemente es el mismo, pero no me ha mirado a los ojos al contarme su chiste diario. No tiene ese brillo que le caracteriza. En un momento que nos hemos quedado solos, me he acercado y poniéndole mi escuálido brazo por   encima de su robusto hombro, le he dicho muy bajito, "Todo va a pasar, nada va a poder contigo chaval".

En ese momento me ha mirado, esta vez sí, a los ojos. Y de nuevo estaba ahí el Luis de siempre. El de la sonrisa fácil, el de la palabra amable y algo nuevo que no sé identificar. En ese momento he sonreído y muy cerquita del oído le he contado el chiste que ayer mi hijo me contó, un chiste tan inocente como el niño de 6 años que es. Y cuando yo esperaba una carcajada de las suyas, ha comenzado a llorar desconsoladamente, con tal congoja que me he asustado. Y volviéndose me ha dado un abrazo de esos que llaman de "oso". La mañana transcurre ya con normalidad y al irnos Luis se acerca y me dice con una gran sonrisa "gracias". Ya en la calle le veo como se aleja en dirección a su casa, pero se para en una papelera y sacando algo del bolsillo lo tira dentro.

Me tiene tan intrigada su comportamiento de hoy, que me acerco a la papelera sin que me vea y recojo el papel arrugado que antes estaba en el bolsillo de mi compañero. Es un sobre donde pone mi nombre y un" ábrelo mañana". Más intrigada aún lo abro y leo lo que mañana hubiese leído de habérmelo dado. En ese momento lloro como hace unas horas lo hizo Luis, con lágrimas de alivio y de tristeza, de alegría y de amor. En esta carta están escritas unas cosas, pero me dicen otras. Me dice que mañana verá de nuevo a Luis, que su corazón seguirá latiendo y que mañana tendremos una charla. Miro de nuevo el papel en mis manos y lo devuelvo a la papelera, pero en mi cabeza siguen resonando las palabras no dichas por Luis. "Ya no tengo nada por lo que vivir".

Esa tarde sin poderme quitar de la cabeza la frase al fin me armo de valor y marco el número de Luis. Cuando responde el aire que inconscientemente estaba reteniendo se me escapa en forma de suspiro. Y la conversación es corta pero tranquilizadora y esperanzadora.

"Luis cuéntame", le digo con esa confianza que tenemos. Y Luis solo me dice "Hoy mis palabras en tu boca y tu brazo en mi hombro me salvaron. Me pillas metiendo mi vida en una maleta para llevarla donde pueda vivir sin miedo. Gracias"

"Vale, Luis, mañana hablamos" y cuelgo. Y me quedo reflexionando cuan necesarios son nuestros gestos en otros sin que nosotros sepamos la importancia que pueden llegar a tener.



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