El viaje

 Que nerviosa estoy, ya solo faltan dos días para marcharme. Viajo a Bolivia con una ONG. Estaré allí un año colaborando en lo que salga. Mi madre está muy disgustada, es normal me digo. Me alejaré un año. Bueno cuando vea que le llamo a menudo y que recibe cartas, se calmará y alegrará mucho por mí. Al fin y al cabo va a ser una experiencia única.

Hoy he comido con ella y ya le he explicado por enésima vez, que no pierdo el trabajo, me he pedido una excedencia de un año y cuando vuelva, sin más volveré a trabajar. Que por la casa no se tiene que preocupar, el hijo de Amparo, que empieza el MIR aquí, la ocupará este año. Hemos llegado a un acuerdo y durante este año podrá ocuparla con algún amigo, pero al año que viene si está interesado será él solito quien se puede quedar a compartir conmigo la casa. Entre tanto la renta será la acordada y de paso yo estaré tranquila para pagar la hipoteca. Mi madre tan pesimista como siempre me ha recordado que no hay que fiarse de la gente, quizá no se quiera marchar, ni él ni su amigo cuando vuelva; que hoy en día es muy difícil echar a los okupas. En fin ya se irá tranquilizando.

Ha llegado el día, me monto en el autobús que me lleva a Madrid y de allí a Bolivia, haciendo escala en Los Ángeles. Mi madre no deja de llorar en la estación y por fin se pone en marcha el autobús. Respiro hondo y tras unas cuantas horas de viaje llego al aeropuerto. Mi vuelo sale en poco más de dos horas. Bueno por fin estoy volando, abro mi bolso y extraigo un fajo de cartas que mis amigos me han escrito. No las abras hasta que estés volando me dijeron. Y aquí estoy llorando como una Magdalena. Sus palabras de aliento, de ánimo y de cariño son como gasolina en el fuego de mi corazón.

Ya en Bolivia, cada semana llamo por teléfono a mi madre, le cuento que estoy bien, que muy contenta y le pregunto qué tal está ella, contestando con un simple bien. Le mando cartas cada quince días, más o menos, en ellas le invito a que me responda en una dirección. Y con mucho entusiasmo plasmo en ellas toda la emoción que estoy viviendo. Las personas que conozco, las vivencias que nunca volveré a repetir.

El año pasa rápido y cuando me doy cuenta ya estoy de nuevo en el aeropuerto de Madrid, Y de ahí a casa ya no hay nada. No he avisado la hora de llegada ni el día exacto, quiero que sea una sorpresa. Cuando llamo a la puerta de casa, mi madre abre la puerta y tras la cara de asombro se me echa al cuello llorando. Le beso por toda la cara y la abrazo. Y ella solo me abraza y llora. Ya sentadas en la mesa le cuento alguna anécdota y le insto a que me cuenta que tal ella. Pero con un gesto de encogimiento de hombros y un bien ya ha zanjado el asunto. De pronto se levanta y me trae un paquete, y me dice. "Toma son tuyas" y a mirar bien me doy cuenta de que son las cartas que yo le he enviado. Le miro y le digo, pero son las cartas que te envié. Y mirándome a los ojos me dice. "Si, ya las he leído, así que te las puedes llevar. Son tuyas" Ese y no otro fue el momento en que entendí el dolor que mi ausencia le había hecho a mi madre. Ni mis cartas quería conservar para no recordar esa ausencia.

Al día siguiente fui a su casa a comer y lo primero que hice fue sentarla en una silla enfrente de mí, y mirando a esos ojos marrones que tantas noches estuvieron abiertos por mí; le digo: "Mamá te quiero mucho. Tanto te quiero, que por muy lejos que esté, por muy lejos que me vaya o por mucho tiempo que me separe de ti; nunca, pero nunca te dejaré de querer. Eres muy importante para mí, y quiero que lo sepas."

Ella extrañada, y con los ojos vidriosos me dice" Yo también te quiero, pero ahora hay que comer, se va a enfriar la sopa"



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