Un café y una charla
Las dos amigas estaban tomando café como todos los sábados. Antes eran cuatro, les gustaba charlar y muchas veces quedaban en casa de Marga. Pasaban tardes enteras riendo, tomando café y aprendiendo a hacer ricas tartas, para las que Marga tenía un arte especial.
Echo de menos a Marga y Lidia . Me dice Sonia como distraída. Esas tardes tan estupendas.
Yo también le respondo. Acordándome de mis amigas y de su amarga historia.
¿Qué les habrá pasado? Ya no parecen las mismas. No se hablan y ni siquiera nos han contado nada. Antes eran uña y carne y ahora no puedes ni nombrar el nombre de una delante de la otra. Me dice mirándome muy seria.
Yo me encojo de hombros. Y para mis adentros, pienso, si tú supieras.
Pero es que Marga antes tan alegre, ahora está amargada, como si no aguantase a nadie. Y Lidia parece como si se hubiese muerto por dentro. Insiste en mi amiga.
Yo recuerdo entonces, esa tarde que quedé con Marga. Me pidió que le llevara al centro en coche, el suyo lo tenía Raúl , su marido. Me hizo aparcar en una zona muy poco transitada, ni siquiera estábamos cerca de nuestro destino; pero se puso tan insistente que le hice caso. Allí así sin más, se vació de todo. Me lo contó. Y me pidió que actuase como si no supiera nada. Eso iba a ser difícil, pero por ella lo haría.
Un mes más tarde, Lidia me dijo que quería hablar conmigo. Estuve todo el día preocupada y nerviosa. Que querría contarme. Yo había tenido especial cuidado en tratarla como siempre, de eso estaba segura.
Ya por la tarde delante de un café parecido al que me estoy tomando hoy con Sonia.
Ya sé que sabes todo, te lo habrá contado Marga. Me odias ¿no? Me dice a bocajarro.
Vamos a ver¿ se puede saber de qué me estás hablando? Le respondo sin saber si en mi cara se ve la actuación que estoy haciendo.
No disimules, me imagino que Marga te lo contó. Y no sabes más que una versión.
Vale, admito a regañadientes. Si quieres puedo escuchar tu versión. Yo no soy nadie para juzgarte, ni para juzgar tus actos. Ni los de nadie.
Ves, ya lo sabía. Piensas que soy una cualquiera y una mala persona. Pero no es todo como te lo han contado. Me dice muy enfadada.
En ese momento, me vienen a la cabeza las palabras llenas de lágrimas de mi otra amiga. Lidia se ha estado acostando durante meses con Raúl, con mi marido.¿ Había otra versión de eso?
Bueno si tú quieres yo te escucho, yo no suelo juzgar a la ligera y tú bien lo sabes. Le repito con el corazón encogido. Y haciendo un esfuerzo por verdaderamente no juzgar.
Tú no sabes nada _me grita. Yo sólo me enamoré. Y él me correspondió. Pero él era algo prohibido. Y además el adulto el mayor era él. Él tenía que haber parado. Yo no podía. Ya habla con lágrimas traicioneras en los ojos.
Lidia, tú tienes dieciséis años, tampoco es que seas una niña pequeña. Pero lo que no entiendo de verdad, es que has visto en un hombre de cuarenta y cinco. Le digo muy bajito.
Un ruido de vajilla rota me saca de mi ensimismamiento, es Sonia que ha tirado la taza del café. Eso me hace volver al presente.
¿Qué ha pasado? Le pregunto como si yo no estuviese en la misma mesa.
Pues que te visto tan ida , que al ir a tocarte para que volvieras en ti, me he llevado por delante las tazas con la manga del abrigo. Me responde intentando limpiar es estropicio que ha montado. Pero¿ estás bien?
Si, si estoy bien . Solo que se me había ido la cabeza a otro sitio. Perdona. Le digo ayudando a limpiar algo de la mesa.
Bueno como iba diciendo_ sigue hablando como si nada. Que la amistad que teníamos era tan bonita, y aunque Marga sea de la edad de nuestras madres, yo la considero una amiga.
La miro fijamente y sin pensar le digo. Yo la considero más que una amiga pero eso no quita para que a Lidia también la quiera. Lo que entre ellas haya pasada es suyo. Y ni tú ni yo tenemos vela en ese entierro.
Ya alejándome de la cafetería, después de otra hora de charla sin sustancial con Sonia; sigo con la cabeza en mis amigas. Cuando Marga me contó lo sucedido con su marido y Lidia, yo sólo le dije que no me sorprendía por Lidia pero Raúl si me sorprendía y mucho. Yo le tenía por un hombre honesto.
Y lo es , me rebatió Marga. Sólo que le superó el hecho de que una mujer joven y atractiva se fijase en él. Y cometió el error de enamorarse. Pero jamás le digas que te lo conté, se moriría de vergüenza. ¿sabes que se intentó suicidar? Si, mis hijos le encontraron encerrado en el garaje con el motor encendido. Justo había perdido el conocimiento pero se recuperó rápido.
Marga, no sé qué decirte, le digo con el estupor en la cara.
Nada, no me digas nada más que estarás a mi lado.
Y al llegar a casa tomo su teléfono y marco el número de Marga. Sólo para hablar, de nada concreto. Sólo por el placer de escucharle y de que ella me oiga.
Ohhh q bonita es la amistad y que frágil Un relato de buena amistad y de saber escuchar sin juzgar
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